Nadie niega que la mayoría absoluta es como un salvaconducto para transitar tranquilamente por un país hostil. De ahí que todos los partidos la deseen y más aún en tiempos de turbulencias. El PP le ha sacado un rendimiento increíble a este producto electoral. No me extraña que ahora sea un firme defensor de la lista más votada. Hay en el aire como la tácita sospecha de que ya no habrán mayorías absolutas y por ello no deja de sentir nostalgia de lo bien que lo pasaron antes. Por la mayoría absoluta el partido conservador ganó en el Congreso innumerables batallas. Cuando se les pedía que denunciaran las víctimas del franquismo se pusieron de perfil mirando para otro sitio. Cuando había que aclarar algunos asuntillos sobre corrupción, Rajoy se escondió o salió por los garajes diciendo que lo tenia todo aclarado. Por la mayoría absoluta se aprobaron algunas leyes que provocaron tormentas de ideas y no pocos gritos entre las bancas de la izquierda. Alguna vez me he referido a la pasividad del diputado de derechas que sabe que por mucho truene la oposición en el recinto parlamentario, él podrá tomarse un café tranquilo sin que pase nada. La dictadura aritmética solo necesita un voto más para cargarse o promover un ley de gran trascendencia para la vida española. Claro que no siempre la mayoría absoluta es conveniente. A veces resulta perniciosa, aunque sus defensores digan que asegura la estabilidad. Ahora tenemos el caso andaluz y las dificultades de pacto de que hacen gala cinco los partidos concernidos asombra tanto como si no fuera verdad que la soberanía reside en el pueblo. El cálculo electoral y el éxito en la urna no debieran aparecer como un bien absoluto ante las necesidades de la mayoría. Se ha dicho que ésta es la hora de los pactos .No lo parece. Cuando no hay entendimiento, el hombre se vuelve lobo y se acuerda uno de ese instante fatal en que por no hablar, se desencadena la guerra. Desde que conocimos los resultados de las elecciones andaluzas todos los grupos vienen haciéndose guiños conciliatorios hacia un investidura gloriosa que sea el triunfo de la razón. Sin embargo, cada día que pasa, el entendimiento parece más bronco como si los lideres hubieran perdido su razón de ser.
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