La imagen de los diputados de la Asamblea Nacional Francesa puestos en pie, al término del discurso de Felipe VI, resume el éxito de la reciente visita de Estado del Rey de España a París. No solo en el templo de la política francesa. También en los medios de comunicación y en las redes sociales se reflejó en términos elogiosos la visita de don Felipe y doña Letizia, veintidós años después de la del rey Juan Carlos.
Cuando se acaba de cumplir un año de la abdicación del padre en medio de inquietantes señales de deterioro de la Corona y tan solo cinco días después de la bochornosa pitada del Nou Camp al himno nacional, en presencia de don Felipe, el nuevo Rey de España ha dado un paso de gigante en la escala de valoración ciudadana respecto a su figura personal y respecto a la institución que representa. Primero por la dignidad mostrada en medio de la protesta sonora al himno. Y después, por el éxito cosechado en la mencionada visita de Estado a Francia.
Los elogios de la Prensa francesa y el prolongado aplauso de la Asamblea Nacional, al término del discurso pronunciado en francés por el Rey, han debido sonar a gloria en el Palacio de la Zarzuela.
Pero también en Moncloa, habida cuenta que los contenidos de sus intervenciones públicas siempre cuentan con el institucional respaldo del Gobierno, que al fin y al cabo es el último responsable de los actos del Rey, tal y como reza el artículo 64 de la Constitución Española.
Debate En ese sentido, personalmente le doy mucha importancia a la exaltación de los valores republicanos en boca de Felipe VI, pues eso de alguna manera viene a derogar el anticuado debate nacional sobre la forma del Estado, cuando lo que realmente importa es el fondo, los contenidos, los valores declarados en el sistema de convivencia libremente elegido por los ciudadanos.
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