El domingo, a media siesta, me senté ante la tele para seguir las fiestas barcelonesas de la quinta copa de Europa. Fue una gran efeméride, no cabe duda, una conmemoración triple si añadimos la de la Liga y Copa de España. En el aeropuerto del Prat acababa de llegar la aereonave Iberia. Como si fuera el caballo de Troya, pronto empezó a desembuchar autoridades, directivos, jugadores y técnicos. Xavi e Iniesta mostraron al primer público el valioso trofeo de la Champions League. Ahora se trataba de pasearlo por toda las calles de la Ciudad Condal. Pocas veces henos visto tanto fervor. Los comentaristas deportivos aciertan con la frase estándar de “Barcelona entera se echó a la calle”. Si alguna vez fue cierto aquello del “más que un club”, ésta sería sin género de duda. El comentario de prensa tiene aquí poco que hacer ante las fotos publicadas. Así que perdonen que añada más detalles. El acto se prolongó hasta la media noche culminando con una fantasía de juegos artificiales tras enseñar la copa al público del Camp Nou. No hace falta decir que los técnicos de todos los colores se quedaron sin hipérboles para magnificar la gesta culé: “El Barsa el mejor equipo de la última década”. “Se abre un ciclo de excelencia que se comenzó en Cruyff y no sabemos cuándo acabará”. Yo aproveché la lentitud del coche triunfal para hacerme preguntas. Por ejemplo, ésta: ¿Por qué en este país donde tanto se habla de separación, secesión o independencia, vaya usted a saber, no consiguen hacer un equipo compuesto solo por catalanes en vez de echar mano de estrellas del resto del mundo? La respuesta me la ofrecieron las mismas cámaras de televisión. Vi una Barcelona moderna, con todos los avances del arte y la cultura, con la huella indeleble de sus grandes hombres (algunos de ellos no precisamente catalanes). Y me dije: ¿Cómo sus políticos no aciertan a superar el engorro del nacionalismo ya trasnochado en tanto sitios menos clarividentes ? Miren ustedes. Les haré una confesión: Yo cuando veo el fútbol del Barcelona tengo la impresión de estar oyendo música. Nunca pregunto si Chopin es polaco o Rosmaminoff ruso sino que me atengo a la belleza estética de donde brota el placer. ¿De qué sirve hablar de aduanas o de fielatos administrativos?
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