No sólo lo esencial, como decía Saint-Exupéry en “El Principito” es invisible para los ojos. A veces lo feo, lo perverso o lo horrible terminan siendo también imperceptibles, como algunos regalos de esos que acaban decorando las casas por compromiso y que sus moradores aparentan no ver cuando pasan cerca o levantan la vista. Tiendo a pensar que algo de eso ha terminado pasando a los andaluces que reiteran su apoyo político al PSOE de los mil casos de indecencia, a diferencia de lo que han hecho por ejemplo los votantes valencianos, que han retirado su respaldo a un gobierno salpicado por numerosas sospechas y aún por más certezas. Por eso digo que muchos votantes andaluces pasan al lado de las corrupciones, del saqueo y de las detenciones que se producen en el engranaje político y administrativo de la Junta de Andalucía como quien pasa junto a una figura insólita o un cuadro pésimo: no quieren verlo. Fingen que eso no está allí, que no tiene entidad física y que jamás existió. Nada de eso les gusta, saben que es lamentable, pero no les importa en absoluto: seguirán haciendo como que nada sucede y seguirán votándolo por costumbre, por tradición familiar o por cualquier otra razón que ahora mismo se me escapa. Pero lo cierto es que mientras vemos a la presidenta en funciones, Susana Díaz, ultimando los detalles de una investidura que le dura ya casi tres meses, la Guardia Civil vuelve a tocar en la puerta de despachos próximos al suyo para detener a presuntos saqueadores del dinero destinado a la formación de parados. Alguien tendrá que decirle a ella, la presidenta de la región de Europa con más paro, que no la cubre un manto de armiño y que tampoco ciñe una corona ricamente tallada: es la presidenta de un gobierno incapaz y está a la cabeza de una institución manchada por la comisión de graves delitos. Doña Susana podrá creer que va vestida de estadista negociadora, pero alguien debería hacerle ver la desnuda realidad que la rodea.
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