El socialista valenciano Ximo Puig no preside un Gobierno autonómico, sino un emparedado, en el que tiene a un lado a la impertinente Mónica Oltra y al otro al inevitable Podemos. Entre ambos tienen mucho más peso y más sustancia que el nuevo y anodino presidente de la Generalitat.
El suyo no se vaticina, pues, como un mandato apacible ni cómodo. El hombre estará más ocupado en evitar que sus socios de Gobierno se le pongan por montera que en desarrollar un programa con un mínimo de coherencia.
Tenemos, como ejemplo, la anunciada reapertura de Canal Nou. En lo único en que coinciden los tres grupos políticos es en el carácter instrumental y sectario de la tele pública, el cual ya había llegado a su paroxismo en época del popular Francisco Camps. Si no alcanza ahora el carácter totalitario de aquélla, sólo será porque cada miembro del tripartito usará la televisión en provecho propio y detrimento de los otros dos. Al tiempo.
En cualquier caso, estamos al inicio de una política de gasto masivo e incontrolado, en el que se prevén, sin orden ni prelación alguna, todo tipo de prestaciones sociales, subvenciones, ayudas públicas y la imposición a golpe de decreto —y de talonario— de la lengua valenciana.
Todo esto costará varios miles de millones más, que serán exigidos al odioso Gobierno central a cuenta de la presunta deuda histórica y de la injusta financiación autonómica.
Y, como no llegará dinero de donde no lo hay, los ciudadanos acabaremos molidos a impuestos: no los ricos, que tienen sus caudales a buen recaudo en Sicavs y otros instrumentos financieros en paraísos fiscales, sino la vapuleada y sufrida clase media, con lo que se producirá en empobrecimiento colectivo.
Lo que habrá conseguido Ximo Puig, al final, será haber producido el emparedado más caro de la Historia.
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