El dogma de los dogmas de la mercadotecnia política establece que lo "ganador" es el centro. Será lo ganador, pero no existe. Los dogmas son así: falsos. Sin embargo, y pues parece que todos los partidos son sumisos a ese dogma, del mismo modo que todas las cadenas televisivas lo son a la creencia en el "share", todos se afanan, en cuanto ventean la proximidad de elecciones, en parecer de centro, ya que serlo de veras es imposible por lo que se ha dicho, que el centro no existe.
Da igual que la lógica, la filosofía, la ciencia política y hasta la realidad desmientan la existencia del centro: todos se disputan su conquista. Ni la moderación habita necesariamente en él, ni el hecho de que la mayoría de los votantes sean progresistas en algunas cosas y conservadores en otras se traduce en equidistancia, pero da lo mismo, todos luchan por el centro. Pero es que, de existir, el centro sería de derechas, pues hacia sus espacios se vencen los que lo buscan, salvo la derecha, que no le hace falta porque ya está ahí y le basta con mostrarse un poco menos extrema (Ciudadanos).
Rajoy, que no es que se haya quedado sin argumentos, sino que nunca los tuvo, atiza a Sánchez diciéndole que pactando con los "radicales" se ha alejado del centro, y mientras éstos aseguran que ellos son "la centralidad", aquél se envuelve en la bandera bicolor, que él ve ambidextra, para que todo el mundo compruebe lo muy en el centro que está. Pero al electorado, a éstas alturas, ya no le conmueve la cosa del centro, la quimera del centro, la milonga del centro, y lo que busca, mayormente, es a alguien que no robe, que no fastidie, que no sea tonto de caerse y que no le hable del centro, sino de justicia y prosperidad.
El centro no existe. Franco Battiato ("Cerco un centro di gravità permanente") sigue buscándolo, sin éxito, todavía, y Suárez, que quiso patentarlo aunque no existiera, ya no está.
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