En múltiples ocasiones se han empleado argumentos de amenaza como la campaña del dóberman y otras señales generadoras de inquietud que afectan a empleos, sueldos, pensiones… y, ahora, con la aparición de partidos emergentes se juntan todos los temores y amenazas para señalar a los partidos clásicos o bipartidismo como la “casta” causante de todos los males. Y cabe preguntarse si con tanta “emergencia” olvidamos nuestra propia “emersión”. Y aquí radica la confusión.
Existe una declaración de emergencia (situación límite) por parte de sectores oportunistas que aprovechan la lenta emersión tras un hundimiento ciertamente súbito, y resulta extenuante tratar de reflotar la nave cuando se le echa más peso o se desinflan los flotadores.
Ahora nos horroriza lo que hace dos días era admitido, justo e irreprochable. Los sueldos, privilegios y prebendas se han convertido en el espejismo de la pretendida y falsaria regeneración democrática.
Adquirir la dignidad de edil o el empleo de asesor con los sueldos asignados se ha convertido en el foco de todas las miradas y severas reconvenciones. Igualmente, facilidades como la del coche oficial se han denostado en favor de la bicicleta, bus, metro y dignatarios caminantes que saludan, conversan… y cantan All you need is love. Pero, nadie se engañe, han llegado al poder y cambian el coche oficial por “vehículo de incidencias” y contratan a sus allegados en puestos de confianza -qué más confianza que un sobrino, cuñado, cónyuge…-.
No es escandaloso que alguien consiga un puesto de responsabilidad y salario acorde si el rendimiento es satisfactorio. Pienso que ser alcalde, concejal, parlamentario, etc. no es destino cómodo y exento de responsabilidad y desvelo. El problema radica en la devaluación y efectos indeseables en el ejercicio de la actividad pública que algunos han protagonizado con desfachatez y corrupción.
Cualquier precisado en sanar una dolencia estaría dispuesto a pagar lo que sea para recuperarse. Y solucionar los problemas de la gente, garantizar la estabilidad, seguridad y prestación de servicios es una gestión que está bien pagada cuando se realiza la debida diligencia. El problema surge cuando se aplica ideología a lo que sólo necesita sentido común y honradez.
De que salga agua por el grifo, se limpien las calles, funcionen los semáforos… se ha pasado a la filosofía del ente abstracto. Ahora se priman otros “valores” que colisionan con el Estado de Derecho y una infecta demagogia que dice aplicar soluciones de emergencia social que, en realidad y salvo excepciones de verdadera injusticia, logran excitar un apoyo electoral fundamentado en el fracaso personal o comunal.
Hay mala suerte… y también malas cabezas. No hallaremos solución a los problemas si los concejales se dedican a escraches en desahucios, subvenciones a okupaciones y desalojo de capillas. La única contribución válida para la recuperación es ayudar a que el hundimiento emerja, y no tanto en los emergentes. Si echamos más peso en ideología, ira, revancha y sueldos a saboteadores esto no saldrá jamás a flote.
Las soluciones revolucionarias suelen ser radicales y destructivas; en otras ocasiones conducen a la inutilidad, y las más, a la melancolía. En cualquier caso, es tiempo perdido; y aquí recuerdo una frase de un conocido comunista almeriense sobre la experiencia del Gobierno de IU-PSOE en Andalucía: “Hemos ido al Gobierno para una revolución… y nos traemos un carril bici”.
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