Pedir perdón es imperdonable

Jose Fernández
23:15 • 22 jul. 2015

Alguna remota tara genética aleja a los españoles del reconocimiento de la propia culpa y mucho más de la solicitud del perdón, que es un gesto que se reserva –cuando sucede- al ámbito más íntimo y que nunca o casi nunca se produce públicamente. Solemos atribuir al perdón una carga de debilidad que nos hace ver al que se disculpa como más blando o vulnerable y de ahí que sea raro ver a alguien demostrando contrariedad ante un error o por haber defraudado las expectativas depositadas. Y esto que digo se produce no sólo en terrenos cotidianos (qué raro es que alguien que te atropella en la calle por ir embebido en la pantalla de su teléfono multifunción musite una excusa) sino especialmente en materias graves como la corrupción económica o política. Salvo el caso señalado del Rey Juan Carlos tras sus desparrames cinegético-festivos, no recuerdo a ninguna figura pública que haya sido capaz de pedir perdón por sus actos. Lejos de eso, todos hemos visto las reacciones altivas, airadas y displicentes de muchos altos cargos acusados de delitos financieros, despachándose de mala manera ante los periodistas, o argumentando razonamientos desvergonzados y altaneros del tipo “a mí qué me cuenta, yo de esto nada sé y tampoco conozco nada de lo que pudo urdirse en mi entorno”. Es decir, que en el mejor de los casos, hay quien prefiere hacerse pasar por imbécil antes que asumir el error y pedir disculpas. Así somos. Digo esto porque acabo de ver las imágenes del hasta ahora presidente de la todopoderosa compañía japonesa Toshiba doblado en una larga reverencia ante la prensa para pedir perdón tras haber sido descubierto falseando las cuentas de su empresa. Un asunto que en España ni tan siquiera hubiera sido noticia, se ha saldado en Japón con la dimisión y pública petición de perdón de una figura relevante. Pero claro, los japoneses dicen que las espigas que tienen grano se doblan con más facilidad que las que carecen de él, que es una forma poética de reconocer la grandeza del que sabe estar por encima de sus miserias. Pero así nos va en España: todos tiesos como espigas y el granero cada vez más vacío. 







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