Cuando Esperanza Aguirre dejó la política para siempre, es decir, por unos meses, una empresa de caza-talentos se apresuró a contratarla sin reparar en gastos, por una millonada. Lo bueno es caro, lo óptimo más, y nadie como Aguirre había demostrado una capacidad tan asombrosa para encontrar tipos talentosos y para seleccionar de entre ellos a los mejores para dirigir y administrar, en sus diferentes áreas, la Comunidad de Madrid. Lamentablemente, el único talento que exhibieron varios de ellos pertenecía al género del latrocinio, en tanto que otros, casi todos sus consejeros de Sanidad sin ir más lejos, demostraron un gran talento para las puertas giratorias y para acabar imputados, por diversos conceptos, ante los tribunales. Ahora bien; el que más talento le echó fue ese personaje que comenzó a deslumbrar con su talento haciendo de "juez" en la pantomima de la comisión investigadora del "tamayazo" que propició, por tener que repetir las elecciones a la Comunidad por el escándalo, la subida a los altares del poder regional a la lideresa, quien, por su parte, ya había acreditado su colosal y versátil talento político valiendo lo mismo para un roto que para un descosido: teniente de alcalde, ministra de Cultura, presidenta del Senado, jefa del PP madrileño... Normal que un espíritu tan renacentista se sintiera atraído por el fulgor del talento, y de ahí que encumbrara a criaturas como Granados o López Viejo, que ya en la faz llevaban impresa su gran inteligencia.
Esperanza Aguirre, que hace poco pretendió ser alcaldesa de Madrid, acaso para promocionar a los talentos capitalinos haciéndoles concejales como Carmena a Zapata, dice sentirse "concernida, abochornada y responsable" por lo que van sabiendo los ciudadanos de la corrupción sistémica del PP en la Comunidad de Madrid al hilo de la Púnica. Pero "no consentidora", añade. Ella, la pobre, sólo se fijaba en el talento.
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