Los crímenes de Moraña

Rafael Torres
01:00 • 04 ago. 2015

Los crímenes del parricida de Moraña son tan monstruosos, que a los vecinos entrevistados les cuesta decir, y no lo dicen, lo que se suele en estos casos, que parecía una persona normal. Lo cierto, según se desprende de lo que se va averiguando de la personalidad y la conducta del asesino de sus hijas, es que ni parecía ni era una persona normal, si bien lo sucedido desborda lo que puede esperarse tanto de la que lo es como de la que no lo es.


Aunque el estupor es la única respuesta inmediata posible a un suceso de tan radical e irracional perversidad, hay quien se cree en la necesidad de decir cosas por suponer que la humanidad las espera ansiosamente para encontrar una explicación a lo que no la tiene, asesinar a los hijos. Algunos, en consecuencia, se han apresurado a calificar el suceso como de “violencia de género”. ¿De qué genero? Sin duda, del peor posible, del más aberrante, pero flaco favor se hace a la lucha contra el feminicidio, esa lacra, convirtiéndolo en una especie de cajón de sastre donde todo cabe. Se trata de un doble infanticidio con todas las agravantes posibles, y la sospecha, que aún habrá de probarse y sustanciarse, de que el criminal obró por venganza, para hacer daño a su ex-mujer y madre de las víctimas, no señalaría más que al presunto móvil de los asesinatos, y no a la calificación moral ni penal de éstos. Mucho menos, a las víctimas terriblemente verdaderas, dos niñas chicas que podían haber sido dos niños varones.


Más que aplicar al pensamiento la socorrida plantilla del tópico, más que buscar una explicación que no existe, convendría revisar eso que llamamos el “control social”, no el hacendístico ni el policíaco, que, por desgracia, se limita al cotilleo. Fuera de él, casi siempre, sólo miedo y silencio.







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