Cerca de 30 personas han muerto durante el último decenio en las fiestas taurinas de la Comunidad Valenciana, los famosos bous al carrer. Ya me dirán si el asunto no es para ponerse a temblar, por muchas medidas de seguridad de que se presuma. Entre las víctimas, menores de edad y, recientemente, un anciano de 89 años.
Estamos, pues, ante una barbaridad social y políticamente admitida. Lo mismo que la del maltrato animal: hace unos días culminaron en Coria los festejos con la muerte del toro Guapetón, de un tiro de escopeta a diez metros de distancia. Y menos mal que el disparo no alcanzó a ninguno de los vecinos que rodeaban al pobre animal. Ante las críticas recibidas, el argumento municipal y espeso fue que las tradiciones hay que preservarlas. Ya me dirán: con esa justificación podríamos mantener vigente, por ejemplo, la Inquisición, que llegó a durar cuatro siglos. Sin llegar a tanto, en nuestro país se han conservado durante años el estrangulamiento de gansos en Lekeitio, el despeñamiento de cabras en Manganeses de la Polvorosa, la batalla de las ratas de El Puig, el alanceamiento de toros en Tordesillas…O sea, que hay tradiciones que valen la pena y otras que se deben abolir cagando leches.
Además, no hay nada más fácil que inventarse una tradición y conseguir que se imponga voluntariamente. Ahí tenemos, si no, a la Tomatina, de Buñol, que se les ocurrió a unos chavales hace 70 años y ahora llega gente de todo el mundo a celebrarla y hasta paga por participar en ella. Otra que tal es la fiesta de fin de año que festejan en Bérchules en pleno mes de agosto porque hace 21 años se les fue la luz el 31 de diciembre. O sea, que no hay tradición que valga para hacer el bestia, sino el simple ánimo de hacerlo.
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