Sin ser un Luís Piedrahita ni un Berto Romero, Andrea Levy hace sus pinitos como monologuista. Todos los políticos son un poco monologuistas, aunque no tanto como los contertulios, pero ésta Levy parece querer aplicar las técnicas más ortodoxas del género, o así, cuando menos, la hemos visto en los noticiarios. Ante un público entregado de antemano, como los monologuistas, riéndose antes que nadie de sus chistes, como los monologuistas malos.
Este elenco joven de políticos que los partidos han puesto en circulación para camuflar el discurso tradicional, viejuno, y para ver si rascan algo, algunos votos, a las nuevas generaciones, no se han criado, televisivamente hablando, con Martes y Trece, que eran dialoguistas, sino con los monólogos en los que tantos cómicos encuentran un pequeño bolo de pan llevar y en los que hasta el amigo Urdaci, también un cómico a su manera, buscó acomodo y continuidad tras su inicial éxito "Cé, cé, o, o". Y se les nota, sobre todo a Levy, que incluso se atreve a interactuar con el auditorio, bien que, de momento, cuando se compone exclusivamente de correligionarios.
Cuando vimos a Andrea Levy, el otro día, en su chistoso monólogo sobre Sánchez e Iglesias, sobre el previsible y lógico (menos para ella, al parecer) acuerdo pos-electoral entre PSOE y Podemos, creímos por un momento que estaban anunciando el último fichaje de El Club de la Comedia. Luego, al escucharla con un poco de atención, comprobamos que, pese a su desenvoltura y a su gran ambición artística, aún no domina enteramente los arcanos del género, aunque apunta maneras. No es Piedrahita, ni Romero, ni Hache, ni Harlem, pero ahí anda cultivando con ahínco su intrusismo profesional.
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