De apestado a imprescindible para estabilizar el conflicto. El dictador sirio Bashar Al Asad es el hombre del día. La política es así. Hace un año Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, le acusaba de estar cometiendo crímenes contra la Humanidad. Hoy, a la vista del avance de los terroristas del Estado islámico (Dáesh) por territorio sirios e iraquí, los políticos que nos dirigen han empezado a ver al carnicero de Damasco como el mal menor. En Francia, el Presidente Hollande anuncia bombardeos contra posiciones del Dáesh; David Cameron reconoce que ya lo han hecho sus drones matando a dos milicianos de origen inglés. Hasta nuestro ministro de Exteriores, el señor García Margallo, ha dicho que ha llegado el momento de contar con Bashar Al Asad. Es el mismo que hace ahora dos años ante la advertencia de una inminente intervención militar norteamericana se avino a entregar su arsenal de armas químicas y biológicas. Por aquél entonces lo único que se debatía en el Gobierno de Washington era la oportunidad de la fecha para el ataque. Hoy las cosas han cambiado. Quienes nos dirigen están iniciando una maniobra con trazas de giro copernicano en relación con Siria y su Gobierno. La amenaza de las milicias terroristas del Dáesh está haciendo extraños compañeros de cama. Ahora, el Irán de los ayatolás, país que tras la firma del acuerdo con EE.UU. y Rusia para modular su programa de enriquecimiento de uranio ha dejado de ser un paria, está siendo reclamado como interlocutor con Damasco. El descubrimiento de que soldados rusos están apoyando a las tropas de El Asad en su lucha contra el Dáesh -Rusia mantiene en Latakia una base naval permanente- ha sido el último ingrediente de esta enrevesada crisis. Crisis provocada por una guerra que deja más de doscientos mil muertos, cerca de cinco millones de refugiados y miles de casas e infraestructuras destruidas. Pero si los gobiernos de Occidente han cambiado su política en relación con El Asad no es por los refugiados. Lo que ha encendido las alarmas es el avance del Estado islámico. Los escrúpulos morales ceden paso ante la "realpolitik". El tirano de Damasco debe estar pensando que como decía el clásico: resistir es vencer. Como para fiarse de los políticos.
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