Las demenciales agresiones de la reportera Petra Lászlo a refugiados sirios simbolizan y ejemplifican, en su inhumanidad, el maltrato que el gobierno de Hungría dispensa, diríase que con gusto y delectación, a las criaturas que, huyendo de la guerra, añaden a su desventura la de toparse en su camino con un país regido por la ultraderecha más xenófoba y despiadada, e indigno, por ello, de figurar en el estadillo de la naciones coaligadas en la llamada Unión Europea.
Ésta Petra Lászlo, periodista de un canal de televisión de extrema derecha, no habría desentonado en el gremio de las “Aufseherinnen”, las guardianas de las SS en los campos nazis que superaban en vesanía a sus pérfidos camaradas masculinos.
Pero la individua, a la que vemos zancadilleando a un hombre que huye de la violencia policial con su hijo pequeño en los brazos, derribándoles en el suelo, o dando patadas a las mujeres y a los niños en el caos del momento, no compone sino un minúsculo aunque escandaloso diorama del escenario general que el gobierno húngaro de Viktor Orbán ha pintado para vergüenza de la Humanidad y de aquellos de sus compatriotas que conservan el decoro moral. Muy duro debe ser para éstos, para los húngaros de bien, vivir en la insania que dicta semejante gobierno, elegido democráticamente, por cierto y para mayor escarnio, por una apabullante mayoría.
Puede que, como se dice, Orbán, la Hungría de Orbán, no esté haciendo otra cosa que el trabajo sucio de Europa, el de cancerbero y persecutor sin entrañas.Puede. Lo cierto es que la vida y la dignidad de los fugitivos atrapados en Hungría, familias en su mayor parte, corren allí casi tanto peligro como en el infierno del que huyen. Una tal Petra Lászlo, cámara en ristre, considera insuficiente, escaso, el sufrimiento de los refugiados, y pone de su parte, para acrecerlo, lo que puede. Patadas, zancadillas. Como su gobierno.
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