Dos caminos hacia el precipicio

Jorge Fernández
23:39 • 17 sept. 2015

Arruinar un ayuntamiento no es especialmente difícil. Basta con endeudarse para gastar lo que no se tiene y volver a endeudarse para pagar después los intereses de dicho préstamo. Y así varias veces hasta formar una bola de expedientes tan enmarañada como irresoluble, que conduce al impago, al yateveré, a tener a concejales de Hacienda saliendo por la puerta de atrás del Ayuntamiento (ay, si los andamios y las ruinas de la Casa Consistorial almeriense hablasen) y a que proveedores y funcionarios cobren tarde, mal o acaso nunca. Eso lo hemos visto no hace demasiados años en el Ayuntamiento de Almería capital cuando el PSOE gobernaba en una especie de conjunción universal de administraciones. Disculpen que haya entrado en ese juego de espejos rotos que decía Borges que era la memoria, porque creo que es bueno recordar las consecuencias de las alegrías, las frivolidades y las irresponsabilidades administrativas, ahora que algunos grupos municipales insisten en propuestas que nos devolverían indudablemente a ese escenario de descontrol y quiebra. Que el Ayuntamiento vaya a iniciar a pagar las obras de remodelación de su sede oficial, la Casa Consistorial de la Plaza Vieja, es una medida de emergencia que se explica en la intolerable afrenta institucional de tener al principal edificio civil de Almería tapado con una lona y, sobre todo, al insoportable desprecio de la Junta de Andalucía al mantener ¡durante una década! esa situación, evidenciando su incapacidad y falta de interés. Pero sería un error aplicar esta fórmula a otros casos. Si el Ayuntamiento comienza también las obras de la Casa del Mar que no quiere o puede hacer la Junta, a ver qué motivos impiden que también sea el Consistorio el que construya el Hospital Materno-Infantil o sufrague la rehabilitación final del Cable Inglés. Arruinar un ayuntamiento es fácil: basta con no querer salir de la burbuja del posibilismo financiero o aprovechar las ocurrencias ajenas para intentar quitarle el muerto a los señoritos de Sevilla. Dos caminos hacia el mismo precipicio. 







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