Aunque el tema está muy trillado, creo que traicionaría mi pensamiento si no le dedicara al menos una columna. Esta vez no nos engañan. Las redes sociales, los corresponsales in situ de los grandes medios, la televisión sobre todo, están ofreciendo minuto a minuto lo que ocurre en esas oscuras desbandadas humanas que huyen de la guerra. Se ha puesto de moda la palabra éxodo, recuerdo bíblico de aquellos israelitas que al salir del Egipto caminaron “ sine die” por el desierto en busca de acogida. La diferencia del éxodo de hoy es que los refugiados no tienen como aquellos ni siquiera el señuelo de la tierra prometida. Van de un sitio a otro como las olas, sin idea dónde podrán hospedarse. Caminan de noche y de día por inhóspitos andurriales extraños. Aquí tropiezan con erizadas alambradas que cortan como cuchillos. Allá la policía los detiene rociándoles con gas lacrimógeno. Intentan llegar a una nación donde probablemente no serían rechazados, pero tienen que cruzar sin remedio otros fielatos más airados, incluso con multas y amenazas de cárcel. No hablaré por ser espectador a distancia del hambre , del frío, así como de las infinitas calamidades que sufren estas familias. Las puede adivinar cualquiera. Sobre todo entre mujeres y niños. Se ven estampas familiares donde los peques inocentes todavía nos sonríen entre los raíles del tren. Qué largo viaje. Qué triste éxodo. Sirios, libios, pakistaníes hace meses que salieron de sus patrias. Y Europa, comunidad de mercaderes, sin inmutarse, tomando tal vez nota a ver qué hace la burocracia. Lo cierto es que los políticos no se tiraron de cabeza al problema. Al principio lo tomaron “ ma non troppo”. Gracias al escándalo de aquel niño que murió ahogado y cuya foto diera la vuelta al mundo, se despertó en el mundo un clamor. Incluso España, que racaneaba si admitir a 2.000 refugiados, ya no pudo negarse al cupo que le tocara en el reparto europeo. Pero aún así, las cosas siguen paralizadas a la espera de otra reunión en la cumbre, como pide la Merkel. No se me oculta que alojar a tanta gente tiene sus dificultades alimenticias, sanitarias, de todo tipo. Pero si alguien puede hacerlo es la Comunidad Europea, la que mejor conoce las leyes de asilo al refugiado. Al fin y a la postres un millón de individuos no significaría gran perjuicio en la economía de la Unión.
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