El coche del pueblo

Rafael Torres
01:00 • 15 oct. 2015

De cada diez comentarios, análisis e informaciones sobre el caso de los motores trucados de Volkswagen, apenas una alude a lo más grave y transcendente del monumental ilícito: el daño a la salud de millones de personas en todo el mundo, en Europa particularmente. 
Diez millones de automóviles diesel de la marca alemana han venido arrojando a la atmósfera óxido nitroso en una medida cuarenta veces superior a la máxima permitida, dejando sus partículas venenosas en los bronquios y en los pulmones de los ciudadanos.
 Tal es el alucinante viaje que parece haber rendido el Coche del Pueblo desde que lo ideara Hitler hasta que, por la codicia de sus directivos responsables, ha venido a lastimar la salud, mucho en el caso de los niños y de los asmáticos, del pueblo precisamente.Hay algo ominoso, muy ominoso, en esa desproporción entre el interés material, económico, y el interés por lo más importante, la salud, la vida. 
Nuestra cultura, por llamar cultura a semejante expresión de ceguera colectiva, parece haber tocado fondo. Es verdad que el fraude de Volkswagen pone en riesgo, a causa del desprestigio de la marca, inversiones y puestos de trabajo, y que los poseedores de los coches ultracontaminantes habrán de sufrir las molestias de la adecuación de los motores a la normativa, pero más verdad es que sin respiración, sin aire, no es que se ponga en riesgo nada, sino que se acaba todo.
 Un motor diesel es, de alguna manera, una refinería rodante que escupe a la atmósfera los detritus del combustible. 
Si, encima, se le truca, se le diseña para que escupa más sin que ninguna inspección pueda detectarlo, lo que se está haciendo es atentar contra la vida de millones de personas. 
Diez millones de automóviles, que se dice pronto, han venido haciendo eso, siguen haciéndolo hasta que no se reparen, pero sólo uno de cada diez comentarios, análisis e informaciones se preocupa, al parecer, de eso.







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