Al inicio de la Santa Transición, esa página de la Historia de España que cuatro intrépidos quieren usar ahora de tapete para ponerse a jugar encima con el Quimicefa de la política, el entonces primer ministro italiano, Giulio Andreotti, visitó oficialmente el Madrid recién despertado del mal sueño del franquismo. Perseguido insistentemente por los periodistas para que expresase sus impresiones sobre aquellos primeros pasos democráticos que daban los partidos y la sociedad española, acabó respondiendo –zorro viejo ya desde párvulos- con una expresión italiana de compleja traducción literal: “manca finezza”, dijo a la prensa sonriendo de medio lado. Es decir, que aquello estaba bien, pero le faltaba algo: claridad de ideas, toque de balón o, en definitiva, todo lo contrario a la basteza y la tosquedad que muchos escogen como primera opción en la encrucijada de la duda. En dos semanas viviremos una jornada electoral especialmente incierta de la que puede salir, tal como predicen las encuestas, un escenario de fraccionamiento del poder insólito en España aunque habitual en otros países como, por ejemplo, Italia. Y temo que aquí no estemos preparados para asumir con naturalidad ese reparto insuficiente de apoyos que fuerce la búsqueda del acoplamiento entre posiciones enfrentadas, herméticas y llenas de aristas. Ya sé que ahora es cuando sale el teórico del “Viva la Gente” recetando con la guitarra el diálogo infinito como base de la felicidad humana, del avance social y del fin de las guerras, pero me temo que la formación de un Gobierno y, por tanto, el reparto del poder presupuestario, es un terreno escasamente abonado a los juegos florales. Ya lo estamos viendo en los ayuntamientos que han pasado de tener un gobierno monocolor a alcaldías polícromas ensambladas por intereses diferentes. ¿Se imaginan un panorama así en el Gobierno de España? ¡Mamma mía!
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