Se tenía tan asumido que el Congreso de los Diputados era poco más que un elemento decorativo, parte del atrezo de una democracia supuesta más que real, o bien un sitio donde 350 ciudadanos hallaban una confortable y bien remunerada colocación, que el descubrimiento de que puede y debe servir para otra cosa, para hacer política sin ir más lejos, se interpreta por algunos como un anuncio del Apocalipsis.
Los ciudadanos españoles ya no son "normales" como le gustaba a Rajoy, y se han expresado Esta vez, a consecuencia de haber padecido al propio Rajoy durante cuatro años largos, como personas normales, esto es, votando lo que les ha dado la gana. Peor, han debido pensar, no nos puede ir peor ni aun equivocándonos, y han intentado huir de los años más negros de las últimas décadas, cada cual según sus gustos, sus miedos,o sus ilusiones. El resultado no es, lamentablemente para el planeta que ha de seguir sufriendo los desafueros del ser humano, el Apocalipsis, sino un Parlamento heteróclito y espejo, pese a su rejuvenecimiento formal, de la regresión que ha provocado la triunfante y devastadora Revolución de los Ricos que ha devuelto las desigualdades sociales a las cotas de principios del siglo XX.
Ni lo nuevo acaba de nacer, ni lo viejo de morirse, pero eso no significa una nueva Transición como dice el inquietante Iglesias, pues la política, la vida, todo, bascula siempre en ese espacio indeterminado. Además, con lo que duran aquí las transiciones, casi mejor que no enlacemos una contra con otra. Lo que sí ha muerto es el permanente "déjâ vu" de la política española, y lo que sí ha nacido es la oposición mayoritaria a que se nos trate a los españoles como a bultos, como a criados, como a "gente" sin más, o como a cosas. Deberían éstos políticos de ahora, pues, saber qué están pactando cuando pactan, y con quién, y qué, y para qué, y en qué instante de la historia. Parafraseando a la ínclita Cayetana Alvarez de Toledo, nunca podríamos, si la cagan, perdonarles.
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