Me cae bien la delegada de Gobierno de la Junta de Andalucía, Gracia Fernández. Llámenlo empatía emocional entre quienes podemos padecer situaciones similares o, simplemente, corporativismo político. Digo esto por el papelón que le ha tocado interpretar como representante de la administración que peor trata a Almería y a los almerienses. Cada vez que la escucho decir que el hospital materno infantil, que lleva cinco años con la primera piedra colocada y lo que te rondaré morena, es una prioridad para la Junta sufro al pensar lo mal que lo tiene que pasar para mantener la compostura.
Y qué me dicen del aguante que hay que tener para justificar los continuos desplantes de la presidenta Susana Díaz, la que lleva Almería en el corazón, pero no en la cartera, cuyo gabinete, que no la trianera, ha tardado dos meses en contestar a la petición del alcalde, Ramón Fernández-Pacheco, de mantener un encuentro protocolario como nuevo regidor de la ciudad de Almería, tiempo durante el que han pasado por el Ayuntamiento una ministra y el presidente de la vecina Comunidad de Murcia.
No me digan que no es para perder los nervios escuchar a la consejera de Cultura, Rosa Aguilar, advertir al Ayuntamiento que será “tremendamente exigente” con las obras del Mesón Gitano, cuyo proyecto ha recibido todos los parabienes de la propia Junta de Andalucía y de la Unión Europea, mientras visita la Alcazaba flanqueada por los lamparones de humedad y los desconchones de sus muros, los parches de acero corten de sus torreones y con unas impresionantes vistas de un abandonado Cable Inglés.
¿Y no es para perder la paciencia cuando el portavoz municipal de tu partido, Juan Carlos Pérez Navas, se dedica a criticar al alcalde por mostrar su sorpresa al saber que la consejera invitó a los concejales de la oposición y no al equipo de gobierno? Bueno, eso es para perder la paciencia…, y la cabeza. Ya lo dijo el genial Groucho Marx: “Paren el mundo, que yo me bajo”.
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