Desconozco cuánto vale la vida de un caballo y la de un lechón, mejor la de setenta y dos lechones. Ignoro si la autonomía judicial en la interpretación de las leyes permite lograr una valoración justa, si es que de cuando muertes se trata, aunque sean de animales, se puede establecer un valor en cualquier especie, bien en dinero o en pena. Lo que si sé es que si a la cuestión enunciada se aplicara la mera lógica matemática, a los dos jóvenes investigados por acabar con la vida mediante aplastamiento de setenta y dos lechones en una granja de Huércal Overa –que comparecen hoy ante el juez por la comisión de presuntos delitos de maltrato animal y daños-, en caso de ser juzgados y condenados por tan execrable acción les debería corresponder un castigo proporcional a la condena impuesta en octubre del pasado año –ocho meses de prisión- a un ciudadano balear que mató a palos en diciembre de 2012 a Sorky, un caballo de carreras.
Si por cada lechón cruelmente matado se impusiera ocho meses de cárcel a los investigados que resultaran responsables, el resultado final de la condena es fácil de calcular. El suceso de la granja de Huércal-Overa que llevó a Almería a las negras páginas de la actualidad nacional no es el primero –ojalá sea el últimio- de esta índole. Hay muchos antecedentes de maltrato animal y daños a seres indefensos, pero no solo en nuestra provincia, sino en todo el país.
No en vano España ocupa el triste ranking en abandono de animales. Cuando me atreví a visionar la “hazaña” difundida por WhatsApp no pude evitar recordar con rabia e impotencia, pero con cierta añoranza, los lechoncillos que de alguna forma hicieron feliz mis años de infancia, los sonrosados de cartón y plástico que empinaban el rabo, o los de verdad que se criaban en las porquerizas familiares de aquellos años de aprendizaje del amor y cariño a cualquier ser, incluido el animal. Afortunadamente, en aquel entorno solo conocíamos al lobo de Caperucita y al del cuento de los tres cerditos. Ahora los lobos porcinos tienen cierto parecido con los seres que llamamos humanos, pero son lobos a fin de cuentas.
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