Seguramente usted, igual que yo, no recuerde bien qué estaba haciendo entre las 20.57 horas del 22 de marzo de 2010 y las 02.43 horas del día siguiente. ¿Quién podría ser capaz de acordarse de eso? Resulta muy complicado guardar un registro minucioso de nuestras actividades con tanto nivel de detalle a no ser, por ejemplo, que seamos un dispositivo electrónico con chip, banda magnética y número en relieve.

Usted, igual que yo, no es una tarjeta de crédito sin recuerdos emocionales y activada con la fría memoria del gasto. Y resulta, fíjense lo que son las cosas, que la tarjeta de crédito del jefe de la fundación de la Junta de Andalucía para formar a parados, se usó un total de quince veces en apenas unas horas en el club de alterne Don Angelo de Sevilla, justo en el tramo horario antes apuntado.

Y esto no lo digo yo, sino que viene certificado por los señores de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, que ya saben que no se mueven en el ámbito de la especulación y prefieren centrarse en los hechos probados. Las tarjetas de crédito no conservan registro del gusto a menta y canela que dejan en la boca algunos besos de fuego, pero sí que cuentan con económica precisión el trasiego de esas noches de barra y luces de colores.

Y así, tras el análisis de los registros de dicha tarjeta, la Unidad Central Operativa (UCO) precisa que se hicieron cargos de entre 310 y 1.490 euros, en una jovial celebración que acabó con una factura final de 14.737 euros que se costeó con los fondos públicos de la Fundación Fondo Andaluz de Formación y Empleo. Es decir, que esa juerga la pagamos a escote usted y yo. Esa tarjeta, apoyada en el quicio de la mancebía, es la metáfora que desnuda el cuento del marido perfecto y padre ejemplar que nos viene contando desde hace años la Junta de Andalucía: el dinero de los parados, empleado en putas y copas.

Afortunadamente, no estamos hablando del infame robo de dos botes de crema. Por eso es normal que no se hable mucho de este asunto en los telediarios.