Los inmigrantes gestionan ya casi 4.000 hectáreas de invernaderos

El nivel de emprendimiento del colectivo crece día a día en todas las comarcas

Inmigrante trabajando en un invernadero de tomates.
Inmigrante trabajando en un invernadero de tomates. Antonio Fernández
Antonio Fernández
20:24 • 21 jul. 2024

Primero llegaron para trabajar como asalariados en sectores emergentes, en especial en la agricultura, la construcción o los servicios de hostelería, pero poco a poco aquellos trabajadores inmigrantes han ido desarrollando una cultura del emprendimiento que les está llevando a ser los ‘jefes’ de sus propios negocios.



Desde la Universidad de Almería varios profesores de economía, casos de Juan Carlos Pérez Mesa o Emilio Galdeano, señalan que, en base a los datos existentes, en torno a las 4.000 hectáreas de invernaderos están siendo cultivadas y gestionadas ya por inmigrantes, alrededor de un 12 por ciento del total de explotaciones de la provincia.



Sostienen además que además de programas de acogida y de políticas de integración de esta población inmigrante, “se hace necesario profundizar en desarrollar en el colectivo una auténtica cultura del emprendimiento” para que personas que llevan en su mayoría muchos años trabajando en el sector hortofrutícola tomen las riendas y desarrollen una verdadera labor empresarial.



Para el presidente de la asociación Almería Acoge, Juan Miralles, se trata de un paso tan lógico como obligado por cuanto la población almeriense no sólo está en retroceso, sino que el grado de envejecimiento está generando una progresiva retirada de quienes han tirado del carro en las últimas décadas, sin encontrar un relevo generacional por parte de sus descendientes, inclinados a trabajos menos penosos y mejor remunerados.



El cambio



Todo comenzó a medida que los primeros inmigrantes adquirieron la experiencia suficiente como para hacerse cargo de las fincas. Muchos propietarios optaron por contratar a los más expertos como capataces, mientras ellos se retiraban a zonas urbanas y, hasta cierto punto, se desentendían de los cultivos en el invernadero.



Esa dinámica inicial ha ido dando paso al alquiler o la compra de invernaderos por parte de los inmigrantes, ya habituados en su mayoría a llevar las riendas del negocio. Con el paso de los años se han convertido en propietarios o gerentes de las explotaciones, tanto para la producción como para la comercialización o la contratación de mano de obra, que suele ser de su misma nacionalidad.



Como es habitual, no todos los que quisieran hacerse autónomos pueden acceder a esa nueva situación porque, según recuerda Miralles, “no pueden convertirse en auténticos emprendedores hasta que no llevan al menos cinco años y hayan podido acceder a los permisos de trabajo permanente en España”.


Sectores

Sin embargo, ese paso de asalariados a autónomos, gerentes o propietarios no se limita a los invernaderos. En gran parte de la provincia abundan, cada vez más, los inmigrantes que se deciden por alquilar o adquirir tierras de cultivo, en muchos casos fuera de uso o semiabandonadas, para desarrollar explotaciones de las que obtener rendimientos. Los casos son numerosos y se pueden encontrar en Abla, Abrucena, Canjáyar, Padules, Rágol y, en general, en las cuencas de los ríos Andarax, Nacimiento o Almanzora porque “son mucho más emprendedores que las poblaciones locales y disponen de experiencia suficiente como para sacar adelante esas explotaciones”, indican desde Almería Acoge.

La nómina de autónomos o de empresarios de origen extranjero en la provincia no deja de crecer porque a la agricultura se han sumado en los últimos años el comercio, la hostelería, la construcción, la artesanía e incluso las peluquerías. Sólo un barrio de la capital, La Fuentecica, suma actualmente 14 peluquerías y todas ellas son gestionadas por inmigrantes, particularmente por marroquíes.


El relevo de los viejos pastores 

El pastoreo tiene un cierto halo bucólico, personas que tienen en los montes su ‘oficina’, allí conviven con la naturaleza y con los animales, al tiempo que gozan de un bien del que no pueden alardear muchos ‘urbanitas’, el tiempo, la paz o el silencio.


La realidad es que se trata de un trabajo muy duro, que requiere sacrificio porque los animales han de salir cada día a pastar. La traducción es que un buen pastor o tienen fines de semana libres, ni vacaciones de verano; debe levantarse al amanecer y ya no regresará hasta que la noche se les echa encima.


Los inmigrantes han llegado también al sector ganadero para hacerse cargo de un trabajo que los jóvenes almerienses no quieren, por demasiado penoso y no siempre rentable. La mayoría de esos nuevos pastores ya conocían el trabajo en sus países de origen: “aquí tenemos la misma actividad y sólo cambia el color de nuestros vecinos”, señala Brahim, que pastorea con su ganado en la Sierra de los Filabres, en la comarca del Almanzora.


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