El atleta que todos llevamos dentro

Correr se ha puesto de moda como una fiebre contagiosa que no respeta ni a jóvenes ni a viejos, ni a ricos ni a pobres

En la calle del obispo Orberá hay un establecimiento especializado en ropa y en complementos para los atletas.
En la calle del obispo Orberá hay un establecimiento especializado en ropa y en complementos para los atletas.
Eduardo D. Vicente
01:00 • 30 abr. 2016

Mi vecino el del piso de abajo se encierra en una habitación a ver los partidos de fútbol, llena el frigorífico de cervezas, se prepara una bolsa de frutos secos combinados y le quita el sonido a la televisión. “No conviene hacer ruido no vaya a ser que se despierte el atleta que llevo dentro”, me dijo una vez, dispuesto a conservar su imagen de gordo feliz que sigue mirando hacia otro lado cuando alguien le habla de dietas o cuando le sugieren que se compre unos tenis y se vaya a correr por el Paseo Marítimo.




Mi vecino es un agitador, un insurrecto que se refugia en la soledad de su sofá y en la coartada del fútbol televisado para que no lo condenen a galeras. Hace diez años era uno más en la extensa nómina del aficionado pasivo de sofá y televisión que paseaba feliz su barriga cervecera por playas y chiringuitos. Hoy es un revolucionario que camina con el pie cambiado en medio de una ciudad donde corren hasta los perros.




Hace unas décadas, cuando todavía no existía el running, cuando no teníamos Paseo Marítimo, cuando un par de tenis nos tenían que durar media adolescencia, lo más parecido al atletismo era cuando echábamos a correr por las calles perseguidos por la pareja de municipales  que quería quitarnos la pelota. Entonces correr era peligroso, tanto que cuando lo hacíamos nuestras madres nos regañaban con contundencia al vernos sudar como demonios. “Mira como vienes, que teva a dar algo”, nos decían cuando llegábamos a la casa.




Después nos llegó la moda del footing, que era una extravagancia americana que habíamos copiado de las películas, una practica minoritaria que estaba bajo sospecha. Cada vez que veíamos a alguien corriendo y sudando a mares por la playa decíamos aquella frase tan utilizada: “Ha perdio la cabeza”, o “qué hará ese tío corriendo si está escuchimizao”.  Correr era de locos o de atletas vocacionales como el Bolea, aquel campeón de campo a través que en los años de nuestra infancia ganaba siempre el mítico cross de las dunas, cuando todavía quedaban dunas en las playas de Torregarcía.




Entonces se corría tan desnudo que sólo se llevaba una camiseta de tirantes de las que nos poníamos debajo de las camisas, un pantalón corto con vuelo y unas zapatillas del mercadillo, las mismas que se utilizaban para ir al colegio o para jugar al fútbol en la Rambla.




Los tiempos han cambiado y el running nos ha impuesto una forma distinta de entender y de interpretar la carrera. Correr se ha hecho una necesidad y se ha convertido en un signo de distinción. Correr da prestigio en este maratón interminable de la imagen y de la estética. No correr te lleva al estatus de extraño, de ir contracorriente, de ser tan raro como el que no tiene móvil, si es que todavía queda alguien en el planeta que no lo tenga. Correr es una manera de decirle a los demás que estamos al día, que nos sobran las fuerzas y los motivos para sentirnos jóvenes.




Correr es también una forma de  exhibicionismo para la que se necesita ir convenientemente equipado. Ya no se puede salir a hacer running de cualquier forma, con las botas chirucas en los pies o con aquellos pantalones de chándal  anchos que parecían pijamas. Ahora es conveniente ir a una tienda especializada para que te midan la pisada y te digan qué tipo de zapatillas necesitas para que la amortiguación sea correcta y tus articulaciones no sufran más de lo debido durante la carrera. El último grito de la tecnología son unos tenis con tecnología ‘Fuerzo Gel’ que reúnen, según dice el anuncio, la combinación perfecta de ligereza, protección y estabilidad.




Con unas buenas zapatillas ya has dado el primer paso, aunque faltan otros tan importantes como llevar en la muñeca un pulsómetro de última generación que te vaya avisando cada vez que tu corazón camine más deprisa de lo necesario. El siguiente objetivo es comprarse un brazalete que se ajuste bien al brazo para que uno pueda ir acompañado durante la carrera del teléfono móvil, el fiel compañero del atleta donde va instalado el GPS, fundamental para no correr ningún riesgo de perderse durante el trayecto. Otro complemento esencial es la ropa técnica. No es lo mismo salir a correr con una camiseta de algodón que te va asfixiando, que con una de género sintético que transpire como dios manda, que no enseña las manchas de sudor  y que cuando uno se la quita huele a gloria. Como tampoco es igual practicar el running con un pantalón de terlenka con campana incluida que con una malla de compresión que mejora la circulación sanguínea durante el ejercicio.  Y si queremos llegar más lejos, y hacer un doble salto mortal en el aire, podemos salir a correr equipados con una mochila último modelo con bolsa hidráulica incorporada y con un cinturón liviano donde poder llevar el bidón del agua sin que nos moleste,  la barrita energética por si acaso nos fallan las fuerzas y el gel milagroso con glucosa, taurina y cafeína para darnos el último empujón y poder llegar a nuestro objetivo.


Cuando ya tengamos todo el equipaje preparado es fundamental no olvidarse de las gafas especiales de sol que además de resguardarnos de la luz excesiva sirven de pantalla para que el polvo no se nos meta en los ojos durante la carrera. Así, tan bien conjuntados, parece imposible que a uno no le salga el atleta que lleva dentro.



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