Don Ramón, el maestro de Cabo de Gata

Llegó a Cabo de Gata en 1970 y fue uno de los que inauguraron el colegio público ‘Virgen del Mar"

Grupo de maestros del colegio público ‘Virgen del Mar’ de Cabo de Gata.
Grupo de maestros del colegio público ‘Virgen del Mar’ de Cabo de Gata.
Eduardo D. Vicente
11:57 • 10 may. 2016

A finales de los años cuarenta, La Mela era una barriada de Sorbas tan alejada del mundo que cuando los domingos aparecía por la plaza el coche que llevaba el pescado a Lubrín el pueblo salía a la calle como si llegara un circo o acabara de aparecer en escena el hombre de los inventos. Para ir a Almería, algo que sonaba a exótico, a aventura de las grandes, había que andar tres kilómetros hasta la barriada del Pilar y aguardar bajo una sombra a que apareciera el Correo, que casi siempre llegaba con retraso por culpa de una avería o por unas piedras que habían cortado el paso en la carretera.





Para un niño de aquel tiempo y de aquel lugar, de familia de humildes agricultores, como era José Ramón García López, salir de allí para estudiar en la ciudad era algo impensable. Fue su primer maestro, don Nicolás López Rodríguez, el que le metió en la cabeza que se olvidara de la tierra, del ganado y de aquellos horizontes y se dedicara a los libros de verdad. Nunca olvidó el interés de aquel viejo profesor y lo tuvo presente en el primer viaje que el niño hizo a Almería para examinarse de Bachillerato. Había estado estudiando con los maestros del pueblo y en verano se desplazaba a la capital para presentarse delante del tribunal que examinaba a los alumnos matriculados por libre. Para aquel niño de once años que todavía llevaba pantalón corto y olía a establo, y que no había salido nunca del pueblo, subirse al autobús, hacer dos horas de viaje y plantarse ante un tribunal de sabios era como ponerse delante de un pelotón bien armado dispuesto a juzgarte por algún delito. En aquellos instantes echaba de menos la vida tranquila del pueblo, donde no reinaba más sabiduría que la de la tierra y el ganado, y donde poco importaban los nombres de los reyes pasados o las fechas de las grandes batallas de la humanidad. Entonces se acordaba de su primer maestro, cerraba los ojos y se decía en voz baja: “Tengo que seguir”.





Y así fue como el pequeño ‘Ramón’ aprobó el Bachillerato y se sacó el título de maestro, dando viajes a Almería y salvando tribunales. En 1965, con el título debajo del brazo, le dieron su primer destino: la escuela mixta de la barriada de Los Santos, en Alcontar. La novedad de estar mezclados los niños con las niñas no se debía a un adelanto de los nuevos tiempos que estaban por llegar, sino a la falta de recursos, ya que sólo disponían de un aula y de un maestro.
A mediados de los años sesenta, el barrio de Los Santos tenía poco más de sesenta vecinos, en un tiempo en el que las familias sobrevivían de la tierra, las minas y la piedra, antes de que muchas de ellas emigraran hacia el Poniente atraídas por la nueva agricultura. De aquel primer curso en el pueblo nunca olvidará la bondad infinita de aquellas gentes y los fríos de diciembre, cuando todas las mañanas cada niño llegaba a clase con un trozo de leña en la cartera para que el maestro pudiera encender la lumbre. La vida lo llevó después a Doña María y a Ocaña, hasta que en 1970 le dieron un destino que fue casi definitivo, el de Cabo de Gata, donde estuvo veinte años de servicio. La primera escuela que conoció era mixta y tenía otros tres maestros: don Juan Gutiérrez Acien, doña María Losilla y don Emilio Aldavero.
Para un joven de 29 años no era un destino fácil. La luz se iba con frecuencia y la escuela no tenía aseos, un secreto que descubrió el primer día de clase cuando uno de los alumnos llegó al aula con los bolsillos llenos de piedras. Al verlo, el maestro le preguntó que dónde iba con el cargamento y el niño le contestó: “Para limpiarme el culo”. Unos días después, don Ramón llamó por teléfono a Almería para suscribirse al Yugo.





Los niños de Cabo de Gata también tenían dificultades para asistir al colegio. Muchos de ellos tenían que participar en la ‘lavá’, que consistía en echar las redes en el mar de madrugada y recogerlas al amanecer. Después de varias horas de trabajo, muchos de aquellos muchachos cuando llegaba a la escuela y se dejaban caer  sobre el pupitre acababan durmiéndose con la lección del profesor como telón de  fondo. En 1972 se inauguró el nuevo colegio público ‘Virgen del Mar’, que fue una revolución en la vida de varias generaciones de niños. Con la nueva escuela llena de modernidad llegó el transporte escolar que hizo posible que alumnos de Ruescas, de Pujaire y del Campillo de Gata pudiera asistir a clase todos los días. El nuevo colegio trajo un grupo de profesores que llegaron a formar una gran familia y fue clave para que los niños de toda aquella zona tuvieran la oportunidad de irse a Almería y después a Granada para poder realizar una carrera.
 








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