Luje Rivas: pintor, fotógrafo y cantante

Fue agente de la Casa Citróen, de Mercedes y de la popular marca ‘Chupa-chups’

Luje Rivas actuando en el Teatro Apolo. Años 60.
Luje Rivas actuando en el Teatro Apolo. Años 60.
Eduardo D. Vicente
19:29 • 09 jun. 2016

Su padre, que trabajaba de encargado en la empresa de construcción de Enrique Alemán, quería que el niño tuviera una buena formación académica, por lo que no dudó en matricularlo en el seminario de Cuevas de Almanzora, que en los años cincuenta gozaba de gran prestigio por el rigor de sus métodos de enseñanza. Allí cursó los primeros estudios hasta que se trasladó a Almería para ingresar en el seminario de la plaza de la Catedral. Aquel era un espacio donde se respiraba disciplina, donde cualquier movimiento estaba programado, donde todo estaba bajo el control estricto de los profesores. Un mundo demasiado apretado para un adolescente que quería volar. Luis Jesús Callejón Ventura era un joven con ganas de abrirse camino en la vida y con una marcada vocación artística que lo empujó a dejar el seminario para entrar en la Escuela de Artes. Empezó estudiando pintura, hasta que un día, mientras se aburría dibujando un jarrón, escuchó la voz profunda de una profesora que en el aula de enfrente estaba dando una clase de entonación. Allí descubrió a Asuntita Giráldez, con la que aprendió sus primeras lecciones.





Luis Jesús quería ser cantante como tantos jóvenes de su generación que a base de entusiasmo y con escasos medios intentaron hacer carrera por el escenario del Teatro Apolo, participando en aquellos concursos para promesas que fueron la universidad de tantos aspirantes. De aquellos inicios recuerda la tarde que actuó en la Plaza de Toros acompañado al piano por el maestro Barco. Nunca olvidará aquellos segundos eternos en los que con el alma a flor de piel se fue acercando al micrófono, y el instante en el que el pianista, intuyendo los nervios del cantante, le hizo un gesto de complicidad con la mano que acabó con todos sus miedos. En aquel momento, atacó las primeras notas de Zíngara, alejándose del micrófono que se acoplaba y cantando a pulmón.





Eran los tiempos de las actuaciones en el Cervantes, en el colegio de la Salle, en el Club Náutico y también la hora de hacerse un hombre de provecho y buscarse un oficio que le pudiera dar de comer. En 1965, sacando otra vez su espíritu aventurero, decidió irse a Francia para trabajar en la fábrica de Renault. En aquellos meses de ‘exilio’, tuvo algunas escarceos musicales, llegando a actuar en la sala Valgran de París.





La experiencia francesa le sirvió para ahorrar un dinero y para regresar a su tierra con un magnetofón Philips en la maleta que causó furor entre los jóvenes cantantes, que empezaron a grabar sus ensayos y sus composiciones en aquel fantástico aparato. Pero el tiempo pasaba y el adolescente que se salió del seminario para ser artista tuvo que ponerse a trabajar en serio, iniciando una larga carrera profesional como representante. Trabajó para la Casa Citróen, para la Mercedes, fue viajante en el almacén de la viuda de Antonio Alemán, agente en Almería del azafrán, de la canela, delegado de la empresa de informática Gisper y el hombre del ‘Chupa-chups’, que llevó los celebres dulces ‘Pitagol’ por toda la provincia.
 








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