Noche de paz (no siempre), noche de amor (tampoco)

Navidad es tiempo de fiestas muchas veces obligadas por la tradición, a veces inoportunas

Luis Martínez Reche
15:00 • 04 ene. 2017

El que el célebre villancico  Noche de paz, noche de amor sea el tema musical más interpretado en el mundo, el que a más idiomas se ha traducido y hasta es posible que se le haya atribuido algún que otro milagro, no le libra de ser también el que abre la puerta a la leyenda no tan negra, principio y no fin de las discusiones familiares navideñas.

A pesar de sus ingredientes: paz, amor, estrellas,  pastores… es bastante posible que al amparo de su melodía “se monte el pollo”, o, mejor aún, “el belén”. Pero si no quieres la vieja melodía, que en un par de años cumplirá los 200  de vida, agarra  a nuestro ínclito cantante Raphael y, poniendo ojitos de cordero degollado como él lo hace, interpretemos El tamborilero. No importa. No nos libraremos nadie de una mala Nochebuena, ni siquiera los cuñados, esa rama de la familia a los que se les atribuye también el fracaso de una noche que se las prometía felices. A la altura de la misa del gallo es más que probable que el exceso de tragos, como dicen en América, provoque que terminemos “como el rosario de la aurora”, dándonos hostias y haciendo cruces. Y la verdad es que puestos a liarla hay otros componentes en la mesa navideña que podrían ser más propensos al follón que los inocentes cuñados, aceite lubricante que amortigua rencillas,  si no median herencias y esas cosas aparentemente intrascendentes.  Y si apenas empezada la cena, cuando pelas con mano firme los langostinos, atacas la ensalada de aguacates con tomates Raf, semillas de sésamo,  nueces, pipas  e ingredientes cardiológicamente impecables, aparece cualquier tema político de moda, no “el tema”, el nacionalista que tanto enciende a la concurrencia, es casi seguro que ya el bocado de cordero al horno o la gallina en pepitoria sean los precursores del elevado tono de voz que antecede al auténtico “belén”.


Buenos propósitos
Y la verdad es que si analizas  las causas que conducen a estos finales que empiezan con buenos propósitos no puedes por menos que hacer un ejercicio de memoria y contemplar a través del tiempo esas noches navideñas siendo niño que esperabas con ilusión e impaciencia la llegada de un tiempo distinto, especial, porque la comida, ese aspecto especial cuando se trata de conmemoraciones, era mejor, abundante,  aglutinadora de las veladas con buen rollo. ¿Qué ha cambiado entonces para que oigas a los mayores decir que si por ellos fuera se dormirían el 20 de diciembre para despertar el  7 de enero?  ¿No quieren buen rollito?, o es que finalmente la fiesta cristiana que celebra el nacimiento del Niño Dios en un pesebre rodeado de sus padres, pastores y animales domésticos, es solo un cuento chino que se trasmite de generación en generación y que con el paso del tiempo,  y las expectativas de amor en buena compañía, solidaridad…. son solo la excusa para seguir alimentando a una sociedad que  practica apenas en un mínimo porcentaje esos sentimientos. ¿Tienes acaso dudas? Pues dirige tu vista hacia los necesitados, aquellos que tienen que abandonar su país porque la guerra, la miseria, el hambre, la vivienda, es su belén particular. 


Fiestas
Personalmente siempre he sido escéptico hacia las fiestas de diseño. Sean la Navidad, la Semana Santa, las fiestas populares. Me he preguntado por qué tenía que ponerme en situación de alegría si mi cuerpo no me lo pedía.  Pero es que ahora la cosa se complica aún más con las fiestas tradicionales religiosas de nuestro entorno inmediato, y me refiero a España, claro. La corriente laica trata de cargarse de un plumazo estas tradiciones que, bien entendidas y sin crearse falsas expectativas, no son tan malas, incluso buenas. Un belén es una obra de arte, con sus figuritas de barro representando a los actores del hecho que sucedió hace más de dos mil años, su musguito, el agua corriendo por las acequias, el hornero amasando y cociendo pan. Es posible que hasta veamos a los Reyes Magos, esos señores que solo trabajan una vez al año, en lugar de ver a Santa Claus, que esa es otra por si no estaba el “belén” completo, las modas que nos llegan del otro lado del mundo… Inevitablemente debo recurrir a nuestro refranero: “Éramos pocos y parió la abuela”.

Un servidor nació también en Navidad, como el niño Jesús. A mi madre la asistió la partera del pueblo, la que según cuentas tuvo que lidiar con la suerte de traerme a este mundo sin que la salud de mi madre y la propia se resintieran. La noche, según cuentan, o contaban, porque ya casi nadie queda vivo que fuera testigo del acontecimiento, era muy fría, “de las de antes”. Se calentaba agua en los calderos, sobre las trébedes, alimentado el fuego con leña de carrasca, algo parecido a los preparativos de la matanza. En la habitación alguien se encargaba de alimentar el brasero con carbón y el resquemor de que la combustión no intoxicara  a alguno de los protagonistas. Conforme crecí y el cuerpo adquiría conciencia de mi sitio en el mundo, que no es lo mismo que la razón, le perdí el miedo a la partera. Esa mujer  vestida de negro, tapada la cabeza con una toca  que acentuaba aún más el óvalo de su cara donde destacaban unos ojos saltones que evidenciaban otra vez mi desnudez que ella conocía.

Hay muchos recuerdos felices de la Navidad, tantos que darían para un relato coincidiendo con cada año de mi vida. Por eso digo que los humanos no cumplimos años sino navidades, semanas santas, peleas,  disgustos y satisfacciones. Son las referencias de un momento feliz, como el de pasar una Nochebuena con un paisano,  oyéndole cantar Los campanilleros—En la noche de la Nochebuena bajo las estrellas por la madrugá—, una y otra vez, tomando vasos de vino peleón, avinagrado, humedeciendo la garganta que, cansada y algo reseca, alterna la canción cantada, silbada a veces, apretando la lengua contra el maxilar inferior, los ojos llorosos de la emoción y el vino, el rostro cercano al mío, gotitas de saliva que me salpican…—Tócala Sam—, dice Ilsa en Casablanca,—Canta Juan—, insisto yo también emocionado. En esas noches de delirio me reafirmo en la idea que las fiestas se disfrutan cuando se presentan, lo cual no quita cierto remordimiento por saltarme la tradición familiar de sentarme esa noche tan especial en torno a la chimenea.
 







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