Facundo S. Roche -siempre hizo prevalecer su apellido materno sobre el paterno (Sebastián)- nació en una pequeña aldea turolense llamada Camarillas donde soñaba de noche con tener una gran familia y habitar un palacio como el del cuento de Las mil y una noches. Había nacido en ese desabrido Bajo Aragón en 1868, el año de la Gloriosa Revolución, y muy pronto emigró a Valencia, donde había más oportunidades de progreso que en su mortecino terruño. Allí, junto a los nenúfares del Turia, se empleó en variados oficios, como los europeos que llegaron a Nueva York varias décadas después.
Con el tiempo consiguió un empleo más o menos estable en un almacén que la empresa almeriense López Guillén tenía en Valencia, en manos ya de la segunda generación: los López Quesada. Y allí conoció y trabó amistades y afectos con un almeriense desplazado también, llamado Juan Góngora Salas. Con la camaradería que oficia el sudor compartido, preparando paquetes de esparto bajo una luz macilenta, tenían tiempo de hablar de sus ilusiones, de sus anhelos, de sus ansias de prosperar en la vida. Juan le hablaba a Facundo de Almería con el candor de los juglares, le hablaba de su mar, de sus barquitos de vela, de su uva, de sus metales, de las oportunidades que se abrían en una tierra desnuda donde había tanto por hacer.
Y decidieron en una libreta con un lapicero ir dándole forma a un futuro negocio comercial. Tenían prácticamente la misma edad y creyeron que había llegado el momento de emprender singladura hacía Almería y echar el ancla en su fondeadero. Facundo llegó a Almería en 890 y tras unos inicios en solitario como almacenista de comestibles, en 1914 constituyeron la sociedad Góngora-Roche, dedicada a la venta al por mayor de coloniales, con almacén en la misma Puerta Purchena, entonces domiciliada como Calle Granada, 11, junto a lo que fue luego la Ferretería Vulcano, con la vivienda de Góngora en los altos. Allí estuvo ubicada después una sucursal del Banco Vitoria, absorbida por Banesto.
Allí llevaron a cabo durante décadas su boyante sociedad comercial, en un tiempo en el que tenían que competir con otros almacenistas de la época en la ciudad como Eugenio Bustos, la Casa Ferrera, Francisco Losana, José Lucas o la Viuda de Pedro Alemán, vendiendo desde azúcar, a chocolate, desde salazones a mantequilla, desde harinas a azufre para las plantaciones, desde lomos de bacalao a carburo para las minas.
Facundo, el aragonés que había llegado a la Plaza de Almería para hacerse grande, se había casado con su paisana Emilia Simón Corbatón con la que tuvo diez hijos, de los que sobrevivieron la mitad: Miguel, Carmen, Juan, Emilio y Carlos.
El emprendedor maño, con su carácter vivaracho, pronto fue ocupando distintos cargos en esa nueva tierra de promisión. Formó parte de la Comisión que aprobó un impuesto voluntario en el comercial para realizar obras anheladas en la ciudad que las administraciones por sí solas no podían asumir y al mismo tiempo para abolir la temida tarifa de arbitrios (lo que se cobraba en los fielatos por dejar pasar mercancía) a través de la denominada Junta de Defensa del Comercio. Fue también durante años vicepresidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación, presidente de la Sociedad Propietaria y constructora del Teatro Cervantes, interventor de la Junta del Puerto, concejal republicano poco antes de su muerte en 1931 y uno de los mayores contribuyentes de la ciudad con derecho a elegir compromisarios paras la elección a senadores.
Junto a otros aragoneses afincados en Almería constituyó el grupo ‘Partido de los mañicos’, según relata su nieto Juan Manuel Sebastián Lázaro. Del mismo formaban parte, además de Facundo, el sacerdote, beneficiado de la catedral y maestro capilla nacido en Jaca, Manuel García Martínez, quien compuso el ‘Himno a Almería’ y fue nombrado hijo adoptivo de la ciudad; y Carlos Pérez Burillo, empresario, nacido en Fraga, que llegó a ser alcalde de Almería.
Al llegar a la ciudad se avecindó en el número 13 de la calle Tenor Iribarne, también invirtió en una propiedad junto al Cuartel de la Misericordia y en una finca de naranjos en Rioja. Pero su apuesta más decidida fue la de la adquisición de varias casas en la Plaza de Canalejas -ahora Plaza Flores- para levantar el andamiaje de esa casona familiar con la que había soñado desde que era un niño en su pueblo natal. El arquitecto Guillermo Langle hizo el diseño de ese extraordinario edificio que preside esa Plaza junto a Santiago, conocido como Casa Roche. Se trata de un edificio plurifamiliar y que fue el debut de ese entonces joven arquitecto quien lo trazó con ínfulas para que fuera el más alto de la ciudad superando a Las Mariposas. La fachada neobarroca, la decoración, los pilares de hormigón armado, la vigueta metálica, lo convirtieron en una obra prodigio en su tiempo. Se utilizó cemento armado Landfort suministrado por el agente industrial Joaquín López Murcia con depósito en la calle de La Crónica (hoy calle Padre Santaella).
Fue inaugurada con boato en 1925 y allí falleció su promotor en septiembre de 1931, con 63 años, con tiempo para que su querida tricolor hubiera ondeado en abril de ese año en uno de los ventanales de la fachada. En este edificio señorial con puerta de carruajes, hoy protegido (donde estuvo Muebles Arriola, Restaurante Mediterráneo, Peña El Taranto, entre otros negocios), siguen viviendo hasta hoy, en nueve viviendas independientes, más de veinte de sus descendientes, la prole de ese aragonés, de ese Facundo fecundo, que cumplió en Almería el sueño infantil de vivir en un palacio. La firma Góngora Roche sobrevivió hasta 1980 a través de sus herederos (una de sus hijas, Carmen, se casó con uno de los hijos de su socio, el arquitecto Antonio Góngora Galera). Y su huella, en la Plaza Flores, sigue estando intacta.
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