Hubiera necesitado tres vidas, tres largas vidas como la que ha tenido, para poder hacer realidad todos los proyectos que fue tejiendo desde que siendo un joven emprendedor batalló, a veces contra molinos de viento, buscando el beneficio de su tierra.
Luis Batlles fue un profundo enamorado de Almería, a la que quiso con tanta pasión que ni en sus últimos días de vida, cuando la muerte rondaba por los pasillos de su casa, dejó de pensar en un nuevo proyecto que pudiera mejorarla. Tenía clavada en el corazón una espina que le partía el alma: “Esta tierra está desperdiciada. No hemos sabido explotar todas las riquezas de esta ciudad”, decía. Estaba obsesionado con las grandes posibilidades de crecimiento que podía tener Almería, sobre todo relacionado con la agricultura y con el turismo que en los años sesenta estaba suponiendo el despegue de otros lugares del litoral español que no ofrecían mejores condiciones climatológicas ni de entorno que Almería.
Su proyecto del Mesón Gitano fue una de las grandes obras que abordó la ciudad en aquellos años. Se hizo realidad y cuando por fin empezó a ser explotado, cayó en el olvido y en el abandono, algo tan habitual en esta tierra. En los últimos años, Luis Batlles había seguido peleando para volver a poner en valor el entorno de la Alcazaba y había llegado a mantener reuniones con políticos y empresarios para hacerles ver un nuevo proyecto para recuperar el llamado parque de la Hoya, donde se encuentra el centro de rescate de la fauna sahariana. Luis Batlles llegó a hablar incluso con el entonces alcalde, Luis Rogelio Rodríguez Comendador, para explicarle lo que significaría para la ciudad levantar allí, en ese lugar donde se disfruta de las mejores vistas, un gran complejo hotelero y lúdico con vocación de parador nacional.
Luis Batlles Rodríguez nació en 1920. Su padre, José Batlles García, fue un importante terrateniente, propietario entre otras posesiones del chalet frente a la estación que en la posguerra se convirtió en preventorio.
De niño ingresó en el colegio de los frailes de la calle Almanzor. Estudio Bachillerato en el instituto y tras la Guerra Civil estudió Derecho en Granada. De sus años en la universidad contaba que se sacó la carrera en poco más de dos años y que se pasaba los veranos estudiando porque su padre tenía una máxima que la llevaba a rajatabla: “Si los hijos de los obreros trabajan en verano, por qué no lo van a hacer los hijos de los señoricos”. También contaba que nunca le gustó estudiar, que no tenía vocación, que su sueño era volar, ser un hombre libre, sin riendas, y sobre todo, ser torero. Llegó a vestirse de luces en una becerrada y llegó a tener un apodo, tan necesario para triunfar: le decían con ironía ‘Morenito de Brandeburgo’, porque era un rubio rematado que hubiera pasado como ciudadano alemán en cualquier reunión de la alta sociedad europea.
Su padre quería que fuese juez o abogado, pero él, empeñado en ser torero o aviador, optó por seguir la tradición y se dedicó a dirigir las fincas familiares de Níjar y Rioja. Fue precisamente en Níjar donde tuvo su primer contacto con el entonces Jefe del Estado. Ocurrió en mayo de 1956. Franco visitó Almería y una de sus paradas fue el campo de Níjar, una zona con posibilidades de expansión que necesitaba del agua para poder salir adelante. Se elaboró un proyecto con el propósito de ampliar la zona regable mediante pozos. Se trataba de un gran proyecto del Instituto Nacional de Colonización para la conversión en regadío de grandes superficies de secano. Cuando se terminaron de levantar los primeros trece pozos de los treinta que se habían proyectado, se organizó la visita oficial del Caudillo para conocer el proyecto sobre la realidad de la tierra y de la gente que la trabajaba.
El uno de mayo de 1956, cuando el Caudillo llegó al cortijo el Rodón, en el corazón del campo de Níjar, se encontró con un invitado que no esperaba, el empresario almeriense Luis Batlles Rodríguez, que conocía como nadie la realidad de aquellas gentes y la sed secular de aquellas tierras. Su abuelo, José Batlles Benitez, construyó el acueducto de Fernán Pérez, y su padre, José Batlles García, abrió los primeros pozos en la zona. Su familia seguía teniendo tierra en Níjar y no dudó en presentarse delante de Franco para defender sus intereses. Cuenta que tuvo que enfrentarse al ministro de Agricultura, Rafael Cavestany, que no lo dejaba expresarse y cuando lo eludió se puso delante del Caudillo, frente a frente y le dijo: “Dejadme, que soy un español que quiere hablar con otro español”, y así fue como comenzó su conversación con el Jefe del Estado en la que le expuso los principales problemas de las gentes que habitaban aquellos parajes y la necesidad del agua.
Desde entonces no dejó de batallar por su tierra, en la que dejó una obra inolvidable, el malogrado Mesón Gitano bajo la Alcazaba.
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