Un poeta en los tiempos del ‘Whatsapp’

Diego Reche Artero batalla a diario para que sus alumnos lean, se interesen por los libros y respeten la ortografía, tan dinamitada en los últimos tiempos por las llamadas redes soci

Diego Reche es profesor de Literatura en el instituto de El Parador. Su padre era el retratista de Vélez Rubio y su comarca.
Diego Reche es profesor de Literatura en el instituto de El Parador. Su padre era el retratista de Vélez Rubio y su comarca.
Del Pino
20:50 • 14 ene. 2017

No son buenos tiempos para los poetas. Los asuntos del alma se han quedado olvidados en el desván de los trastos viejos, y cada vez son menos los que suben a quitarle el polvo, aunque solo sea de vez en cuando.  Escribió Gabriel Celaya que la poesía era “un arma cargada de futuro”, pero hoy parece una reliquia, el refugio donde unos pocos acuden cuando quieren alejarse del mundo.




En los tiempos del ‘Whatsapp’, donde las palabras caminan mutiladas, una metáfora es un anacronismo y un verso suena a chino en el país de las frases rotas. “La  ortografía es hoy una batalla perdida. Los jóvenes se comunican con mensajes que escriben sin tildes, ni mayúsculas y sin necesidad de componer una frase completa, y esas formas las reproducen después en las maneras de escribir”, asegura Diego Reche, profesor de Literatura, escritor y poeta.




Diego lleva una mochila sobre el hombro donde siempre reposa un poema. Es su forma de afrontar la vida. En la mochila guarda un libro, una esperanza, la ilusión por enseñar aunque a veces tenga la sensación de luchar contra molinos de viento. “Evocas olivares, la tarde, los caminos, las cárdenas roquedas.../Te vas dejando el alma cada vez que comentas los versos de Machado/Y siempre hay un alumno que anota en su carpeta: Machado, pregunta de examen”. En este pequeño poema, titulado ‘Pragmatismo’, Diego Reche resume la fría realidad del aula, donde poco importa la belleza del lenguaje ni el personaje que lo escribe. La preocupación del alumno es intuir qué caerá el día de la evaluación, ir a lo práctico y olvidarse de cuentos.




En este contexto la tarea de un profesor de Literatura es como atravesar un desierto con el tapón de una cantimplora. Tiene que hablar de poetas, de escritores, de novelas, de versos, sabiendo que enfrente tiene a un grupo de jóvenes que leen poco.  Siempre hay excepciones, alumnos que se interesan, que colaboran, que disfrutan dentro de la clase, pero son casos aislados. “En el momento en el que algo les cuesta trabajo se rinden, y si ven que no lo entienden dicen que se rayan. Entonces estás perdido”, comenta Reche. “Vivimos en una sociedad donde los adolescentes se han acostumbrado a lo fácil, a recibirlo todo sin ningún trabajo, primero por la televisión y ahora a través de Internet. Leer requiere un esfuerzo, demasiado para aquellos que se han habituado a tenerlo todo hecho”, asegura.




Otra de sus batallas diarias dentro del aula es que los alumnos se desconecten del teléfono móvil. Impedir que lo lleven al instituto es una quimera, pero lucha porque al menos lo mantengan apagado y metido en la cartera  mientras que esté explicando el profesor. “Soy partidario de acostumbrarlos a que pasen horas sin móvil, a que puedan prescindir de un objeto que se ha convertido en una adicción”.




No son buenos tiempos para los profesores de Literatura, pero Diego Reche no pierde la esperanza y siempre acude a clase dispuesto a conquistar a alguien para su causa. Con otro compañero, Diego Alonso Cánovas, ha puesto en marcha un proyecto itinerante que consiste en ir por institutos y bibliotecas haciendo lecturas de poemas. Si Lorca quiso llevar el teatro por los rincones más perdidos de España, allá donde no sabían leer, estos dos profesores almerienses han montado su particular ‘Barraca’ y con sus ‘Poemas de andar por clase’ van de un lado a otro pregonando la vocación de la lectura.




Diego es partidario de recitar porque así empezó su inclinación hacia los libros. Su padre se sabía pasajes del Quijote de memoria y de vez en cuando los contaba en voz alta como si fuera un actor. Recuerda cómo disfrutaba de aquellos instantes, escuchando las aventuras del caballero andante o algunos de los versos de Machado que su padre llevaba en el repertorio. “Me contagió una vocación sin darse cuenta”, dice, aunque lo que él quería es que su hijo siguiera  su oficio de fotógrafo.




El padre de Diego era todo un personaje en Vélez Rubio y su comarca. Se llamaba Antonio Reche y era el retratista del pueblo desde que en 1942 decidió abrir un estudio en el número dos de la calle Ros. Atrás habían quedado los primeros años de aprendizaje, cuando siendo un muchacho entró de aprendiz en el estudio del Fori, el fotógrafo del pueblo. Atrás quedaban también los tiempos en Madrid, cuando aprendió el arte del retocado en un estudio de la calle Preciados, y atrás quedaban los días tristes de la guerra y el hambre de la posguerra que lo empujó a dejar la capital de España y regresar a Vélez Rubio. Ser el retratista del pueblo era más importante  entonces que ser  alcalde. Por su estudio pasaron todas las bodas y todas las comuniones de la comarca durante cuarenta años.


Diego Reche, el poeta, el hijo del retratista, creció en aquel ambiente mágico de galerías a media luz, de  cortinas y decorados, de cámaras de fotografías y cuarto oscuro del revelado. Su padre lo dejaba entrar a la habitación mágica, donde trabajaba a oscuras sin otra compañía que la voz de Luis del Olmo en las mañanas de radio. Allí le enseñó a revelar fotos, a retocarlas, pero no llegó a enamorarse del oficio. Prefería leer las historias de Mafalda y sobre todo, escuchar las aventuras  del Quijote que contaba su padre. En aquellos improvisados recitales nació una vocación que se hizo realidad años después, cuando en 1992 encontró su primer  destino como profesor en un instituto del pueblo extremeño de Navalmoral de la Mata. 



Temas relacionados

para ti

en destaque