Hay negocios que cuando desaparecen se convierten en el símbolo de un barrio y de un tiempo. Hay comercios que se ganan un lugar en la historia sobreviviendo durante décadas, viendo pasar épocas, familias enteras, revoluciones.
Uno de esos lugares que permanecen vivos en la memoria de la gente es la tienda de Frasquito, el último bazar antiguo que estuvo ligado a ese gran barrio que va desde el Parque hasta la calle de la Almedina. El último que lo regentó hasta su cierre en 2013, Antonio Mejías López, cuenta que la historia comenzó en 1937, cuando su padre, Francisco Mejías Fernández, llegó a la capital procedente de Balanegra para trabajar con su tío en la carbonería de la iglesia de San Antón. Entonces, eran los años de la Guerra Civil, la popular ermita había dejado de serlo y en sus dependencias se había instalado el carbonero, que además del negocio disfrutaba de una huerta y un espacio donde criaba marranos.
Antonio Mejías empezó trabajando con su tío en la carbonería, hasta que en los primeros años de la posguerra decidió caminar solo y montar su negocio, un bar en la esquina del Parque con la calle de Charafinas. Para entonces, el muchacho que había venido del pueblo ya había heredado el apodo de su tío, y todo el mundo lo conocía como Frasquito.
El bar no fue rentable. Eran días de escasez y de extrema pobreza, lo que obligó al joven a darle un giro al negocio para dedicarse a la venta de palos y de carbón que eran imprescindibles en todas las casas ya que se utilizaban como combustible. Así, entre palos y cisco, consiguió salir adelante hasta que unos años después, el cambio de época lo empujo a reinventarse. Eran los primeros años cincuenta y la vida empezaba a cambiar. Las familias iban progresando lentamente y el hambre atroz de la posguerra dejaba de apretar. Fue en ese momento cuando Frasquito dio el paso definitivo para instalar una tienda de comestibles en esa misma esquina del Parque y la calle de Chafarinas, un escenario en el que permaneció durante una década. Su espíritu inconformista, su búsqueda constante por progresar, lo llevaron a cambiar de nuevo y a finales de los años sesenta la tienda de Frasquito se trasladó a la esquina de la Almedina con la calle de San Juan. De nuevo habían cambiado los tiempos y él quiso renovar su viejo negocio montando el primer Spar que hubo en el barrio.
La calle de la Almedina de aquellos años se parecía poco a la actual. Entonces era una avenida principal, el sitio de paso por el que cruzaba la gente que venía al centro desde la Chanca y la Plaza de Pavía, y era, además, una manzana poblada de familias numerosas. Todavía no habían llegado los supermercados y las pequeñas tiendas de barrio eran una apuesta segura. Mucho más de la de Frasquito, donde uno podía encontrar de todo, desde ultramarinos finos hasta el más amplio surtido de cebada, de trigo, de maíz y de alpiste para los pájaros.
En esos años de esplendor del negocio de la Almedina ya estaba integrado en la tienda Antonio Mejías, uno de los hijos de Frasquito y su continuador. De sus primeros escarceos en el mostrador recuerda lo que su madre le contaba, cuando siendo un recién nacido se pasaba los días enteros durmiendo en una espuerta que hacía de cuna, detrás de la estantería de las latas de conserva. Su madre, cuando pasaba delante del lecho infantil y el niño estaba llorando, hacía un alto en su tarea para darle el pecho.
Siendo niño, Antonio el de Frasquito iba con su carro de tres ruedas a llevar los recados por todos los barrios. A veces, junto a su hermano Paco, tenían que cruzar la ciudad para ir con el pedido a las casas de los trabajadores de la Térmica, en el Zapillo. También contaban con una bicicleta adaptada. Le habían colocado una tabla en el portaequipajes y le habían cambiado la rueda trasera por la de una moto Guzzi para que aguantara el peso.
Después, con el progreso, el negocio adquirió uno de los primeros Isocarros que vinieron a Almería, uno de aquellos vehículos descapotables que dejaban un ruido insoportable. Allí iban los muchachos a bordo del Isocarro, llevando los pedidos de una esquina a otra de la ciudad, trabajando sin descanso de domingo a domingo sin saber lo que eran los días de fiesta ni mucho menos unas vacaciones.
Antonio el de Frasquito había nacido para la tienda, como su padre, por lo que heredó el negocio cuando a éste le llegó la jubilación. Otro cambio de época lo obligó a mudarse de escenario y a finales de los ochenta la tienda de Frasquito se trasladó a la calle de Pedro Jover, donde siguió creciendo hasta ganarse un lugar en la historia. Cerró definitivamente en 2013 por jubilación.
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