¿Hay diferencia entre un artesano y un artista?
Indudablemente, aunque el artesano puede tener su vena artística. De todos modos a mí me rompen los esquemas esas personas que se autodenominan artistas y nunca han expuesto su obra.
¿De dónde viene la cerámica de Níjar?
De los árabes. Lo tenían todo en un radio de veinte kilómetros: el óxido de cobre y de hierro, el manganeso, el engobe de las minas de Rodalquilar, el esmalte de Huebro, los colores de Barranquete... La cerámica árabe tenía colores verdes, porque se hacía con óxido de cobre y utilizaban mucho el metalizado. Aquí se ha hecho cerámica utilitaria, no de decoración. En las bodas, existía el “jarrón de las novias”, y aparte se hacían platos, cánta ros, fuentes, etc.
¿Se podrían recuperar los diseños árabes?
No, porque se utilizaba plomo y se cocía con leña. El plomo se suprimió hace unos veintinco o treinta años. Era bastante peligroso. Pero mi padre, mi abuelo, todo el mundo, respiraban el polvillo que dejaba tras molerse con piedra y con las manos. Hoy trabajamos con mascarillas y no hay sustancias peligrosas.
Me imagino que mientras trabajas tienes tiempo para pensar, para tener ideas...
Tu mente está sumergida, pues tu mente es tu trabajo. Comes y estás pensando en nuevas formas y diseños. Está claro que la inspiración viene trabajando. Además, tengo lo que yo llamo mi laboratorio, en mi cortijo de Huebro, donde vivo,con un horno y un torno. Allí me evado del mundo.
¿Cómo se encuentra en este momento la cerámica nijareña?
Como todo lo que se está viviendo. Dependemos mucho del turismo, que sigue funcionando. ¿Que cómo está tratada la cerámica? Muy mal. No hay ayudas, y no me refiero a ayudas económicas, sino a un interés y una motivación. El Ayuntamiento no se ha preocupado nunca de nada. ¿Tu sabes lo que es cero? Pues cero. Este año han hecho una ruta de visitas guiadas. A mí me encanta que venga la gente, contar la historia de mi abuelo, del oficio -me resulta raro llamar a esto un taller, que parece que se te ha averiado el coche (risas)-, etc. Pero no hay ni siquiera una gratificación moral, ni ha venido el concejal de turno a contarnos su idea. Es como si fuéramos monos de circo, como si les perteneciéramos.
¿Y la situación de los talleres o mejor dicho oficios?
No es mala. Ganas un buen sueldo y es un trabajo muy satisfactorio por la respuesta de la gente: estás como un pollo subido (risas). Pero cuando nos jubilemos mi primo y yo, ¿quién sigue? Son las raíces del pueblo, nuestra identidad y no hay sucesores. Me da mucha pena. De niño vi muchos talleres, que eran familiares, no era una industria. Estaban en esta misma calle. Ese es el atractivo de Níjar. Si desaparece, este pueblo será como cualquier otro.
Hablas mucho de tu abuelo, que debió ser una persona especial.
Le llamaban el tío Rafael. Tuvo cuatro hijos, los dos varones se hicieron alfareros y las dos mujeres se casaron con alfareros. Fue el primero que vendió fuera del pueblo, tenía dos alfarerías y estuvo en la política, en el Ayuntamiento. Yo jugaba en su oficio. Estaba predestinado (risas). Ahí te das cuenta de que te enseñas jugando, pues yo con trece años ya estaba haciendo piezas.
Está claro es que te apasiona la cerámica.
Tengo todos los libros de cerámica posibles (risas). Internet me abre mucho mundo, investigo qué se hace en Japón, en Alemania... Y luego me inspiro en mi laboratorio, allí en Huebro, donde solo escucho pájaros y tengo unas vistas increíbles. Vivivimos cinco viejos y yo, que, con cincuenta años, soy el niño (risas). De vez en cuando me traigo a alguno al médico a Níjar. La verdad es que vivo muy bien allí. No me gusta el bullicio.
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