Su corazón late siguiendo al ritmo del fandanguillo de Almería -esa música que tantas veces se coló en las declaraciones de los ediles-, su gran amor es su Lola, su mujer, y su familia, pero su gran pasión es la que le llevó a tratar con los artistas más grandes que han pisado el Auditorio Maestro Padilla, el sonido. Roberto Puente se marchaba hace tan solo unos días a disfrutar de su jubilación tras casi 34 años como funcionario municipal en el que ha recorrido desde la brigada electrónica, la coordinación técnica al equipo de Protocolo.
Roberto entró por oposiciones como electrónico en aquellos tiempos en los que estar en la brigada suponía que “aunque el lehendakari -como llamaban al encargado de la brigada- era tío segundo de mi mujer, se hacía de todo. Su máxima era que todos rotábamos así que lo mismo hacía zanjas que arreglaba la emisora de la Policía Local”. Recuerda como su primer día después de decirle al jefe que era electrónico su misión fue “enderezar púas”. Allí estuvo cinco años y cuando nació el auditorio se puso en marcha la brigada de electricidad y sonido se convirtió en su coordinador.
Montajes
Esos tiempos de preparar el auditorio para cada montaje teatral, concierto o recibir a las academias de danza fueron “los mejores” de su etapa en el Ayuntamiento. Tiene claro que en esa época se formó “un buen equipo de trabajo. Fuimos cubriendo las plazas poco a poco pero eran de lo mejor de España. Había estupendos tramoyistas, iluminadores, todos profesionales que en más de una ocasión permitieron salvar algunas actuaciones”. Así recuerda como en el año 2005 el Ballet Nacional de Cuba llegó a Almería con un espectáculo en el que era primordial el uso de unos espejos y “las medidas de las cuerdas que traían hacían imposible que se movieran y sin eso, no había prácticamente espectáculo. El tramoyista que había estuvo trenzando cuerda y al final se pudo utilizar. Gracias a eso los ojeadores que habían venido de Sevilla ficharon el espectáculo y fue un exitazo”.
Roberto Puente tiene anécdotas como para escribir un par de libros, y es que los artistas y sus peticiones dan para mucho.
De esos tiempos conserva una bonita amistad con Juan y Medio que llegó a ofrecerse a ser padrino de su hija y con quien sigue hablando, y sobre todo guarda una conexión muy especial con el teatro, quizá ahí los ‘divos’ tienen menos sitio.
En su escala personal sitúa a Les Luthiers como “los más profesionales” que ha visto y es que “tienen todo medido al milímetro. Desde los silencios, las risas hasta los pasos que tienen que dar”. Quien más le ha sorprendido por su capacidad de trabajo es Raphael. Asegura Puente que “llega cuatro horas antes al lugar donde actúa. Está una hora entera calentando la voz, otra hora ensayando con los instrumentos y media hora ensayando el espectáculo entero. Después se va a la ducha, se viste y sale pero nadie sabe el trabajazo que ya lleva”.
Cuando le preguntas por una anécdota curiosa sonríe y dice: “¿Te imaginas a un pianista ensayando en el auditorio solo y casi a oscuras? Pues cuando Grigori Sokolv vino a tocar solo pidió que le dejaran 4 horas para ensayar, pero totalmente solo, ni siquiera los trabajadores podíamos estar dentro. Solo quería una lámpara de 100 vatios que colgara del techo sobre él y todo lo demás lo quería apagado”. Ante esta petición asegura que aceptaron y que nadie entró pero… “tenía tanta curiosidad que no pude evitar mirar por las claraboyas. Tocaba cuatro teclas, paraba, escribía, y volvía a empezar. La verdad es que nunca supe qué era lo que escribía ahí”.
Trabajo
Entre sus elementos de orgullo incluye que Ainhoa Arteta, “que iba en zapatillas de andar por casa por el auditorio”, le reconociera su capacidad para encontrar el punto acústico del escenario y le felicitara tras comprobarlo ella misma.
A pesar de que Roberto Puente defiende que la relación con los artistas siempre ha sido muy profesional, reconoce que algunos piden “cosas raras”.
Recuerda como para la visita de Sting le pidieron una alfombra de un color y grosor determinado para ir desde la entrada hasta el camerino. Ciertamente él no entendía para qué una alfombra teniendo mármol de Macael, pero accedió. Cuenta que cuando el artista británico puso el primer pie en el auditorio “se para, mira el suelo, mira la alfombra, se quita las zapatillas y empieza a andar descalzo por el mármol. Debió pensar lo mismo que yo (risas)”. La imagen de ese concierto que le queda en la memoria es cuando se encontró con Sting sentado sobre una pequeña alfombra haciendo yoga en el backstage.
Pero sin duda el rey de las peticiones exageradas es Julio Iglesias. Cuenta que el equipo pidió “50 cajas de agua, 250 toallas, que en el camerino de Julio -al que nadie podía acceder- se colocaran seis tipos distintos de fruta y cinco kilos de cada uno. Así que lo encargamos en una frutería que la cortó, preparó con sus hielos para que estuviera fresca. En aquel entonces su gira la patrocinaba La Casera y claro, ellos colocaban dos frigoríficos enormes uno solo con agua y el otro con todos sus refrescos”.
Agradecimiento
Pues bien, tras todos los preparativos fue el propio cantante quien permitió a los trabajadores del auditorio entrar en su camerino, lo hizo Roberto para ver si todo estaba bien y cual fue su sorpresa cuando le pidió que “le comprara una Coca Cola de la máquina que había en la puerta”. Fue lo único que tomó, así que, cuando fue a entrar al escenario le cogió y le dijo: “La fruta está sin tocar, sácala antes de que acabe todo y lo devoren estos para que se la coman los trabajadores. Fue su manera de agradecer el trabajo que hicimos”.
Tras 16 años en el auditorio llegó el momento en que por tener diferencias de criterios con el concejal del ramo fue trasladado. Entonces abandonaba lo que más amaba y “gracias a mi familia, que es la que me ha salvado, remonté”. De hecho desde entonces saca hueco para estudiar y a ello se va a dedicar ahora que es un abuelete jubilado.
Llegó entonces su etapa en Protocolo donde “encontré un maestro en Alfredo Salvador y a una gran compañera como es Dolo”. Defiende el protocolo clásico, aquel que le llevaba a tener siempre cables listos para cuando los periodistas los olvidaban o se rompían, a tener una caja de bolis siempre lista, o a darle caramelos a la prensa que cubría pacientemente los plenos (eso la que suscribe lo va a echar de menos).
Roberto Puente se marchó entre aplausos en su último Pleno, y sin duda quien aplaude ahora es su familia.
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