La radio es su casa y está en su casa, colocada como una reliquia en medio de una estantería de madera rodeada de cintas y discos. La radio ocupa una habitación como si fuera un miembro más de su familia. La radio es su refugio, su trabajo, la ilusión que le permite hablar todos los días con sus vecinos para saber si esa mañana ha pasado el barrendero a su hora o si el Ayuntamiento ha arreglado por fin el socavón que se estaba haciendo mayor de edad.
La radio de Paco Montoya es una radio con bata y zapatillas, una radio mañanera y soleada que entra como un soplo de viento por las ventanas de su barrio. “Vamos niñas, que es hora de levantarse y lavarse la cara”, pregona el locutor mientras suenan los primeros compases del ‘Viva España’ de Manolo Escobar.
En la radio de Francisco Montoya suenan siempre los clásicos y en estos tiempos políticamente turbulentos que vivimos, la copla de Manolo Escobar se ha convertido en un himno, y quien lo diría hace cuarenta años, en una canción protesta. “Me la pide mucho la gente que ahora se siente muy española”, me comenta el locutor, que además de un experto en música nacional y en leer las noticias de los periódicos se ha convertido también en un analista político que pone al día a su parroquia de los últimos movimientos del separatismo en Cataluña. “Puigdemont es un catalán muy pesado que a mí no me gusta un pelo. Es un hombre muy provocativo, se cree que el mundo es suyo. Aquí llaman muchos oyentes poniéndolo verde. Hay mucha gente que no lo puede ver”, asegura.
Paco Montoya ha sobrevivido a la modernidad y lleva ya veinticinco años aguantando con esa radio familiar que se ha convertido en la voz de un barrio. Lo mismo felicita a una vecina de la calle Cordoneros por su cumpleaños que informa de lo que va a hacer de comer Maruja, la nuera de Mari Carmen la rubia de la calle Valdivia. Lo mismo te regala unas pinceladas de la crisis de juego del Almería que se encierra en el estudio con un político de la oposición para tomarla el pulso a la ciudad.
Su emisora es como aquel Canal Almería que montó en los años noventa Pepe Berlusconi, una radio de mesa de camilla y puchero caliente; una radio que se resfría cuando el locutor coge un enfriamiento; una radio que huele a agua y a lejía por la mañana temprano y al mediodía se llena con los aromas de la lumbre. Radio antigua, eterna, femenina, centinela de alcobas, cocinas y azoteas; radio cercana y amable, siempre vestida con ropa de diario. Radio de esquina y patio de vecinos, que envuelve el aire de rumor de calle y viejas coplas con amores de otros tiempos. Voz de barrio que rompe la mañana y entra en las casas sin llamar. Voz que grita y salta el muro de las tristezas cotidianas dejando un rastro de olor a comida, ropa tendida y desamor. “Tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se acercaron tanto así, que yo guardo tu sabor, pero tu llevas también sabor a mí”, canta la voz de Edye Gormé, mientras el locutor va rastreando en el periódico para seguir dando noticias a sus oyentes.
“Pasarán más de mil años, muchos más”, y Francisco Montoya seguirá con esa emisora que le da la vida. “Y ahora nos llama nuestra amiga Ana de la Plaza de Pavía. ¿Niña, como está tu ‘marío’? Dile que tiene que andar mucho, que hay que dejar kilos”, aconseja a su oyente.
Siempre pendiente de su público, Paco Montoya hace la radio que le pide la gente. “Vamos a recibir otra llamada.¿Quién eres? “Soy Paqui, del Cerrillo del Hambre. ¿Qué número tocó ayer en los Iguales? Paco echa mano del periódico y cumple a rajatabla con su vocación de servicio público. “Pues no te ha tocado ná. Otra vez será”, le dice.
Paco Montoya hace la radio que a él le gustaba escuchar cuando era niño y soñaba con ser locutor. La radio es su vida, una ilusión que lo mantiene ocupado y le da prestigio en el barrio. Es el auténtico ‘espeakers’ de las Cuevas de Callejón, donde termina La Chanca y empiezan los cerros del Barranco Caballar. Allí todos lo conocen, saben quién es y de dónde viene. Hay un vínculo familiar latente que une a los vecinos, un contacto directo propio de un modelo de convivencia que sólo es posible encontrar ya en estos barrios humildes y primitivos. Esa cercanía es la que mantiene vivos sus programas después de veinticinco años.
“Soy Mari Carmen, de la calle el Chantre. ¿Sabes si ha pasado ya el del butano?, pregunta una oyente, mientras Paco prepara una canción de Marifé de Triana. La música, como la voz de la gente, no cesa a lo largo de la mañana. La comunicación es constante, como si fuera una conversación en un patio, rescatando las viejas formas de entender la vida.
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