Se podría afirmar sin apenas vacilaciones que José del Pino Fernández es una de las personas que mejor conoce la historia local. Tal título no lo acredita únicamente su carné de investigador, sino los relatos que su memoria atesora con sumo grado de detalle y que reproducen prolijamente más datos incluso que los contenidos en los libros.
“La avenida del Mar era antes la rambla de Maromeros”, un cauce de arena y chinarros que descendía del barranco del Caballar. “En ella fabricaban los hilos de las redes y las cuerdas para las maromas de los barcos; por eso se llamaba así. Yo nací en el número 8, en una casa cueva, el 25 de enero de 1925”, comienza diciendo José.
“Al final de la rambla de Maromeros había tres hornos para quemar la piedra, a los que venían carros cada 15 días para trasladar la materia prima al muelle. De ahí la cargaban a los barcos para usarla en aleaciones con hierro y otros metales”. A los pies de esas gigantescas chimeneas se extendía la zona de La Calamina, mineral en cuyo honor se nombró este entorno.
La vieja huerta José reanuda su narración: “Remontando por la rambla desde abajo, se llegaba a una huerta, propiedad de Don Antonio Peregrín y otro señor. Había una noria de agua y un primer pilón de 6 metros de largo para lavar la ropa, junto a un segundo pilón cuadrado para enjuagarla. Luego, esa misma agua se utilizaba para regar”.
Asimismo, recuerda cómo en 1929 –cuando contaba con 4 años de edad– se produjo una gran inundación en el área: “Tanta agua vino del Caballar que arrasó con todo (incluida la noria) y ya no ha habido más huerta ahí”.
José explica que el terreno quedó vacío hasta la década de los 50. Los dueños de la antigua huerta vendieron el terreno y “en el año 56 la Caja de Ahorros de Almería (Cajalmería) hizo un bloque de viviendas y el colegio”. Se refiere al Colegio Menor de Juventudes Alejandro Salazar (actualmente el Colegio Público La Chanca), del que Rosa Relaño fue la primera directora.
General Luque
El apellido de aquella directora evoca en José el recuerdo de otro colegio de la zona: el Inés Relaño. Este centro ocupa “lo que fue un almacén de barrilería” en la calle General Luque, que hace referencia a “Agustín de Luque y Coca, quien en 1817 mandó construir el cuartel de infantería”, detalla. “Y en esa misma calle, frente al cuartel, se sitúa la iglesia de San Juan, que contiene los restos de lo que fue la mezquita mayor en la época árabe: la aljama”.
La aljama desapareció el 22 de septiembre de 1522, fecha en la que se produjo “el terremoto más grande que ha habido en esta ciudad”. “Tiró esa mezquita, que era ya la catedral de Santa María, tras haber venido los Reyes Católicos. Transformaron todas las mezquitas en iglesias y como la mezquita mayor era la más grande, la consagraron catedral”. Años después, Fray Diego Fernández de Villalán impulsó la creación de la catedral que conocemos hoy, que se edificó como fortaleza para que sirviera de protección en caso de peligro.
Desde que la catedral primitiva fue derribada por el seísmo, el solar de la antigua aljama permaneció desocupado hasta que, a finales del siglo XVI, el obispo Antonio Corrionero dispuso la construcción de la iglesia de San Juan, que hoy ocupa ese lugar. A comienzos del siglo XVII, Juan Portocarrero propició su renovación, razón por la que el escudo de armas de su casa nobiliaria orna la entrada.
El santuario conserva leves huellas del periodo musulmán, como algunos restos del Muro de la Quibla (orientado hacia La Meca) y del Nicho del Mihrab: una hornacina surcada en dicho muro que, precedida de un arco, indicaba el lugar exacto hacia el que dirigir la vista durante el rezo.
‘La ermita de Omar’
“Más arriba de la iglesia de San Juan”, prosigue José, “está la ermita de San Antón, que fue también una mezquita pero más pequeña. El que se ocupaba de ella se llamaba Omar. Uno de sus antepasados diseñó el Generalife de Granada. Se convirtió al cristianismo y lo bautizaron con otro nombre, pero continuó trabajando en lo que la gente conocía como ‘La ermita de Omar’ ”.
El templo recibió su denominación actual tras haber dado cobijo a la congregación de San Antonio Abad. Posteriormente, durante la invasión napoleónica, “Fernando VII expulsó a las monjas del convento de Las Claras. Don José Orberá, obispo de Almería, las acogió en las viviendas de esa ermita, donde permanecieron hasta que los franceses se marcharon”.
De la Alcazaba a la plaza de Pavía, se extendía el viejo barrio judío del Reducto. “En 1844 fue remodelado por el arquitecto Miguel Cabreras. Incluía las calles San Ildefonso, Galileo, Medalla, Duda… Y la calle Encuentro, que también tiene su historia”.
Peculiaridades
“Por el 1870 no había los armatostes de ahora en los pasos de Semana Santa. Se sacaban a pasear santos pequeños, que se solían cargar entre dos personas. Una de las figuras entraba por la calle Sereno y la otra por la calle Duda y era en la calle Encuentro donde se reunían ambos: la Virgen y el Señor. De ahí viene su nombre”.
Otra curiosidad de la calle Encuentro es que vio nacer en 1884 a Julio Gómez Cañete, famoso torero conocido como ‘Relampaguito’. “Sus padres, procedentes de Guadix, vivían en lo que es hoy el número 44. Un día de novillada en Madrid, a los 17 años, mató al animal de la primera estocada y un señor se acercó y le dijo: ‘Niño, pareces un relámpago’. A partir de entonces, lo empezaron a apodar así”.
El barrio del Reducto pereció igualmente a causa del gran terremoto de 1522. Todavía perduran “algunas calles estrechillas, que se trazaban así para proteger la zona del viento. En la calle Fernández, al pie de la Alcazaba, no había más de 20 o 30 viviendas. Abajo, paralela a Fernández, se abrió la calle Encuentro y después se trauyó el conjunto del Reducto”.
Otro vecindario –algo más joven– que también encierra cierta peculiaridad es La Joya: “Antes era el barrio Chamberí y, en realidad, pasó a llamarse La Hoya porque la huerta que había por la parte de arriba estaba en hondo. La gente confundió el nombre (probablemente por la pronunciación) y acabaron refiriéndose a él como el barrio de La Joya”, añade José sonriendo.
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