La muerte de José Francisco Rueda nos deja sin uno de los empresarios más polifacéticos que ha tenido la ciudad en los últimos setenta años. Un auténtico emprendedor que supo adaptarse a cada tiempo que le tocó vivir sin que nunca le faltara el trabajo. Su vida fue el trabajo, el buscarse el sustento con su propio esfuerzo sin miedo a la aventura.
Fue camarero, trabajó en el puerto como inspector de los barriles de uva, vendió juguetes en un puesto ambulante cuando llegaban los días de la Navidad, fundó la heladería ‘La Violeta’ de la calle de la Almedina, formó parte del equipo de cocineros y camareros que llevaban las comidas a las películas en los años sesenta, regentó el bar del campamento de Viator y en los años ochenta montó la cafetería Violeta de la calle de la Reina.
Fue empresario de por vida. Siendo un niño ya le gustaban los negocios y mostraba una atracción especial por ganarse la vida. Tenía diecisiete años cuando encontró su primer trabajo en un bar de la calle de La Almedina por donde pasaban a diario los obreros del Muelle antes de entrar a trabajar. En aquellos años tuvo su primera experiencia con los helados junto al empresario José Lorente, que regentaba la heladería de ‘El Valenciano’ en la calle de las Huérfanas.
José Francisco era un joven inquieto que no paraba de inventar negocios en su imaginación y no dudaba en probar fortuna en todos los trabajos que le salían. A comienzos de los años cincuenta se colocó en los barriles de uva del puerto, examinando la fruta para comprobar que estuviera en perfecto estado antes de que pasara la criba del perito.
Con el dinero que pudo ahorrar en sus numerosos oficios, por fin dio el paso de convertirse en empresario y en marzo de 1955 montó la heladería ‘La Violeta’, en La Almedina. La abrió el día de San José para que coincidiera con su santo, y desde ese momento fue la fecha elegida para empezar cada año con la temporada de los helados.
La heladería ‘La Violeta’ perfumaba la calle de La Almedina y sus alrededores con la misma intensidad que lo hacía la célebre fábrica de los caramelos ‘Rosita’ que tenía sus instalaciones en la mima calle. Sería difícil encontrar un rincón en la ciudad donde se mezclaran tantos aromas como en La Almedina de finales de aquellos días: el olor dulce de los helados y de los caramelos, la fragancia de los bollos de Amate, el aroma caliente de los churros del bar de Juan Navarro.
Desde que puso la heladería, José Francisco Rueda pasó a ser conocido como Pepe ‘el de la Violeta’. Sus helados se hicieron populares en la ciudad gracias a los vendedores ambulantes que recorrían las calles a diario, y también se hicieron célebres en la provincia. En los meses de primavera y verano, cuando la mayoría de los pueblos estallaban en fiestas, Pepe se echaba la empresa a cuestas y montaba su barraca de madera en la plaza principal.
Eran tiempos de trabajo intenso en los que cerraba el puesto de madrugada, en los que apenas descansaba en los días que duraban los festejos, en los que tenía que quedarse a dormir en un hueco de la misma caseta. Cuando llegaba la Feria de Almería, allí estaba Pepe ‘el de la Violeta’ con su negocio ambulante llenando de helados las manos y los labios de los niños.
En invierno, como no era tiempo de helados y él no podía estar parado, se reinventaba asimismo y se convertía en juguetero itinerante. Unas semanas antes de los Reyes Magos, solía montar su puesto de venta de juguetes en la Puerta de Purchena, enfrente de la jamonería Andaluza.
En los años de los rodajes de las películas, Pepe ‘el de la Violeta’ también participó de forma activa. Aprovechó el tirón para poner su furgoneta DKW, de las primeras que salieron, al servicio del cine; con ella estableció un servicio de catering que llevaba las comidas al mismo lugar de los rodajes.
En su afán por abrir nuevas rutas comerciales, José Francisco Rueda se quedó también con la cantina del Campamento de Viator, hasta que en los años ochenta decidió centrar todos sus esfuerzos en un único negocio, la Cafetería Violeta, que empezó a funcionar en 1983 en la calle de la Reina, con una forma innovadora de entender la hostelería. Su establecimiento fue el primero del barrio que concentró en una misma sala: cafetería, bar de tapas y lugar de encuentro para escuchar música y ver vídeos.
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