Los rodajes de las películas no solo nos trajeron a Almería prestigio, dinero y publicidad. El cine nos regaló también la posibilidad de contemplar de cerca el glamour de las grandes actores de fama mundial y sobre todo, la magia de las actrices extranjeras, auténticas bellezas que solo con su presencia revolucionaban nuestra vida cotidiana compitiendo ante nuestros ojos con las bellezas autóctonas, con las muchachas de Almería que en aquel tiempo destacaban por su privilegiado físico.
Los que vieron a Claudia Cardinale paseándose con naturalidad por nuestras calles, montada en un coche de caballos, nunca olvidaran aquellos instantes de gloria, ni tampoco los que disfrutaron de la presencia de Brigitte Bardot que vino a Almería cuando ya tocaba el cielo de las diosas.
Fueron muchos los jóvenes de la época los que se rozaron en la pista de la discoteca Play Boy, en los bajos del Gran Hotel, con Maria Schneider, la actriz que había protagonizado el escándalo erótico de los primeros años setenta cuando rodó ‘El último tango en París’, junto a Marlon Brando.
No solo eran las actrices, las que nos encandilaban, también las turistas que llegaban a las playas de Almería, que venían rodeadas de un halo de libertad que acentuaba su atractivo. El hecho de proceder de otro país les daba un punto más de seducción, como si trajeran todo el exotismo y el encanto que les proporcionaba venir de un lugar que seguramente nos llevaba veinte años de adelanto. Se decía entonces que aquellas mujeres que nos visitaban buscando nuestro sol y nuestras playas tenían otra mentalidad, que estaban mucho más adelantadas y eran partidarias de eso que entonces se llamaba ‘el amor libre’, que era una de las banderas de los hippies y que para nosotros, los almerienses de los años sesenta, era algo parecido a un sueño inalcanzable. Se hablaba mucho entonces del mito de las suecas, pero la verdad es que por Almería no vimos demasiadas, tal vez porque nuestra oferta turística no era lo suficientemente atractiva para un turismo de gran nivel.
Aquí se organizaban excursiones en bicicleta hasta los cerros de La Garrofa para ver a las alemanas con los bikinis más breves que jamás habíamos imaginado. Espiar a las extranjeras que se instalaban en el camping significaba pasarse un día entero merodeando entre las rocas que rodeaban el campamento sin otro aliciente que esperar con paciencia a ver si alguna se quitaba la parte de arriba o se duchaba al aire libre entre las caravanas para quitarse la sal del cuerpo. Hubo hasta quien se compró unos prismáticos en la óptica de don Agustín Apoita para poder espiar de cerca todos los movimientos de las extranjeras que se medio desnudaban en nuestro litoral. Aquellas escaramuzas de adolescentes deseosos de ver un cuerpo femenino tenían el peligro de ser descubiertas por la pareja de guardias civiles que habitualmente frecuentaban el lugar para velar por la seguridad de los turistas.
En aquellos años se pusieron de moda los concursos de belleza, que venían a ser un complemento perfecto para la campaña de fomento del turismo. En el verano de 1966 se organizaban concursos de mises hasta en las fiestas de los barrios. El camping de Aguadulce, aprovechando el tirón que empezaban a tener aquellas playas, celebró su certamen de mises, así como el camping de la Garrofa. La mayoría de estos premios playeros se los llevaban muchachas extranjeras, algunas menores de edad, que además de su incuestionable belleza estaban respaldadas por unos padres con una posición económica más que respetable.
En ese mismo verano de 1966 se organizó el concurso de Miss Turismo en la Caseta Popular instalada junto al puerto. Fue un gran acontecimiento, muy comentado en la ciudad por la impresionante belleza de la joven que se llevó el primer premio. “Es una sefardita de sugestiva belleza. Universitaria de ojos negros y misteriosos. Su fisonomía grácil es de una encantadora espiritualidad”, contaba el cronista en el periódico de aquel día. La agraciada se llamaba Rut Hazan, tenía 19 años recién cumplidos y era sobrina del gran Rabí de Estrasburgo.
Las jóvenes de la tierra también tenían su hueco para poder dar a conocer sus muchos atractivos. En agosto de 1966 se celebró la gala de elección de Miss Feria, que aquel año tuvo el aliciente del recinto en el que se organizaba, nada menos que en la lonja de la torre de la Vela en La Alcazaba, el lugar elegido también para los Festivales de España. Lo más granado y las mujeres más elegantes de la sociedad almeriense acudían a aquellos actos que siempre terminaban con una cena de gala que servía el Club de Mar.
Muchas de las jóvenes locales que se atrevían a presentarse al certamen eran conocidas por haber pasado por el estudio del fotógrafo Luis Guerry, el retratista de la belleza. Pasar por Guerry significaba, en muchos casos, quedar expuesta durante semanas en el escaparate del Paseo ante las miradas de toda una ciudad.
Las misses pasaban a ser una autoridad más de la ciudad, y estaban presentes en todos los actos que se organizaban a lo largo del verano.
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