En el alrededor de un centenar de parroquias de la provincia de Almería se bebe todos los días, tras la reglamentaria consagración, el vino que simboliza la sangre de Cristo. Según los cálculos la infinidad de cultos que se celebran anualmente generan un consumo de alrededor de 3.600 litros. Esos ‘caldos de la viña del señor’ son adquiridos por lo general por los propios párrocos. Uno de ellos explica que “lo más normal es que los viajantes de artículos religiosos traigan, dentro de una muy amplia gama de productos, varios de los vinos que utilizamos para celebrar la santa misa”. En otros casos es el propio Obispado de Almería el que adquiere partidas de este tipo de vinos, que deben reunir unas características muy concretas, y reguladas por la normativa de la Iglesia, para luego distribuirlo por las diferentes iglesias.
Procedencias
Dado que la mayor parte de los ‘vinos de misa’ que se consumen en la provincia son dulces y afrutados, los catálogos incluyen caldos de diversas procedencias, las más frecuentes los que se producen en Navarra, los cordobeses y los que se producen en varias zonas de la provincia de Cádiz. Los sacerdotes que ejercen en la provincia señalan que, en realidad, se trata de un consumo muy pequeño, porque la cantidad que se vierte en el cáliz para ser consagrado es también muy reducida. Muchos de ellos optan por añadir un poco de agua para rebajar el contenido alcohólico de lo que beben, lo cual reduce aún más el volumen total consumido al cabo de un año de celebraciones.
Vinos especiales No cualquier vino sirve, han de cumplir con requisitos que dicta la Iglesia Católica; como el de proceder exclusivamente de la vitis vinífera de cualquier variedad y debidamente cultivada, nunca vides salvajes. En todos los casos debe ser “natural, del fruto de la vid, genuino, no alterado ni mezclado con sustancias extrañas”, según dice el Redemptionis Sacramentum.
Normas de la Iglesia
El que se utiliza en las misas tiene que contar con la aprobación de la Iglesia para poder ser autorizado y tiene que acreditar todas las normas para su producción. Las normativas de elaboración del ‘vino de misa’ se regularon en los concilios de Florentino y de Tridentino, pero fue un padre jesuita quien, en el año 1944, publicó el libro ‘El Pan y el Vino Eucarístico’ que recoge la estricta normativa sobre la elaboración de vinos aptos para la consagración. Una normativa que recoge que son preferibles los vinos dulces porque los sacerdotes en muchos casos deben tomarlos en ayunas y de esa manera se posibilita su fácil consumo, aunque también pueden ser vinos secos.
Contenido en azúcares
El contenido de azúcares debe provenir de forma natural: no se permite la chaptilización ni la adición de mosto o mistelas antes de la fermentación. La norma indica que durante la eucaristía sí que está permitido añadir un poco de agua o mosto al vino ya que normalmente presentan alta graduación alcohólica.
En las iglesias de la provincia la práctica totalidad de los vinos consumidos es tinto, según los celebrantes porque el color rojo recuerda más fácilmente la sangre de Cristo que representa. Sin embargo un sacerdote almeriense que pasó algún tiempo en Italia explica que en aquel país “utilizan sobre todo el vino blanco, dicen que para de esa forma evitar las manchas que deja el tinto sobre el mantel de los altares. Blanco o tinto, lo exigido es que sea puro y no contenga aditivos.
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