Franco paró en el cortijo de Fischer

La finca de Santa Isabel había sido rehabilitada como residencia del gobernador civil

Franco abandonando  las instalaciones del cortijo de Fischer tras haber pasado allí la noche.
Franco abandonando las instalaciones del cortijo de Fischer tras haber pasado allí la noche. La Voz
Eduardo Pino
14:09 • 05 oct. 2018

La ciudad se preparó con aires de fiesta para la segunda visita de Franco. Las autoridades querían un ambiente distinto al que se encontró el Jefe del Estado cuando el once de mayo de 1943 recorrió por primera vez las calles de Almería, en aquel tiempo una ciudad que mantenía abiertas las profundas heridas que había dejado la guerra. 



La noche anterior a la llegada de Franco se quemó una gran traca en la Puerta de Purchena y lució la nueva iluminación del Paseo, entonces del Generalísimo, ante la mirada de asombro de miles de vecinos que salieron a las calles como si fuera una noche de Feria.



Habían pasado ya trece años y la ciudad, como el país, evolucionaba hacia una modernidad que venía propiciada por la bonanza económica y por la apertura al exterior. Ese avance, lento, pero imparable, se dejaba notar en la vida diaria de la gente y en los anuncios que traían los periódicos. Aquel uno de mayo de 1956 el diario Yugo salió a la calle cargado de una publicidad en la que se palpaba el espíritu de la recuperación económica. Aparecía el anuncio de un nuevo modelo de Vespa, conocido como el pequeño coche de dos ruedas, y de la competencia de la casa Lambretta. 



Los comercios locales tiraban la casa por la ventana dando a conocer sus mejores productos.  Entre aquellas firmas importantes que aparecieron en el periódico el día que vino Franco estaban Muebles Rabriju, con su taller de carpintería y ebanistería; los talleres de Oliveros y su fábrica de vagones; la casa ciclista López con sus bicicletas de la marca BH; los tejidos de Olga, que en la calle Real mostraba al público las últimas creaciones importadas de París; la casa Radyelec, con su extenso surtido en lavadoras eléctricas; la óptica del señor Troyano cargada de relojes y estilográficas y la Ferretería de la Llave, que se anunciaba como uno de los comercios más antiguos de Almería.



La obsesión de las autoridades porque la visita de Franco fuera una fiesta empujó al alcalde y al gobernador civil a pronunciar sendas alocuciones animando a los vecinos a participar en los actos públicos. El Gobernador, Ramón Castilla Pérez, se  dirigió a la ciudad recordándole que “el primer trabajador de la patria pisa tierra almeriense. Viene a labrar, a recorrer nuestros campos, a ver nuestro subsuelo, a comprobar las transformaciones ya hechas. Ni un solo almeriense, sea agricultor, industrial o comerciante puede  dejar de manifestar  su agradecimiento”, subrayaba el señor Castilla.



Para acoger al Jefe del Estado se habían limpiado las calles del centro, se había mejorado la iluminación y a la Plaza Vieja se le había dado una mano de pintura y un toque más moderno en los jardines. Además, se habían llevado a cabo algunas obras de mejora en la finca de Santa Isabel, que fue el escenario escogido para que Franco pasara la noche del uno de mayo. El destino del que había sido cortijo de la familia Fischer iba cambiando según las ocurrencias de las políticos. En los primeros años de la posguerra fue adquirido por la Jefatura provincial del Movimiento y se llegaron a iniciar las obras para convertirlo en un gran sanatorio antituberculoso. Este proyecto se quedó varado y la hermosa finca acabó transformándose en el cortijo del Gobernador y en la residencia, por una noche, del entonces Caudillo. 



Tal y como se esperaba, la visita fue un éxito y al día siguiente los periódicos eran generosos a la hora de los elogios. “Almería recibe al Caudillo con delirantes demostraciones de entusiasmo”, decía el Yugo, destacando el recorrido que el Jefe del Estado había hecho por las obras de colonización en el campo de Dalías y por las minas de Rodalquilar. 



Uno de los momentos fundamentales de la visita fue la aparición de Franco en el balcón principal del Ayuntamiento desde donde se dirigió a los miles de vecinos convocados en la plaza para recordarles que “Almería fue una de las provincias de España donde hubo más ansia y sed de justicia” cuando terminó la Guerra Civil. 


En el mismo Ayuntamiento le fue entregado al invitado el bastón de mando y el fajín de alcalde honorario de la ciudad en agradecimiento por la “transformación de la provincia y la revolución económica que estaba realizando en Almería”.


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