Abdul Khaliq tiene 54 años, pero su rostro curtido y un pelo encanecido durante cuatro largos años a la sombra de tres prisiones por culpa de una falsa denuncia y un mal juicio le hacen aparentar bastantes más. Su historia como falso culpable es de esas que jamás elegiría un director de cine, por inverosímil, en una sociedad como ésta, en la Almería, la España, del Siglo XXI.
“Yo decía a todo el mundo, a los jueces, a los policías, que era inocente pero nadie me escuchaba”, recuerda Abdul en un pobre español, a pesar de que vive en esta tierra desde hace 18 años, cuando llegó, solo, a Almería procedente de Gujrat, en la provincia pakistaní de Punjab.
Primero -en abril de 2006- fue apaleado brutalmente por una banda que extorsionaba a pakistaníes porque se negaba a pagarles el impuesto revolucionario que exigían por ‘permitirle’ vender flores en la calle; luego fue denunciado falsamente por los mismos que le habían pegado, y cuando fue llamado a los tribunales, se encontró con que el intérprete asignado también pertenecía a la misma banda, que además amenazó a los testigos para que no declararan a su favor.
El resultado: una condena a cuatro años de prisión por robo con intimidación y lesiones -la falsa víctima llegó a cortarse en la oreja para hacer más creíble la denuncia- que cumplió íntegramente. Y aún puede dar gracias, porque tras gastar “mucho dinero en abogados” consiguió evitar en el último minuto la expulsión a Pakistán, tal y como se propuso en 2012, cuando se encontraba en la cárcel de Jaén, viviendo ya sus últimos meses de condena.
Abdul ingresó en la prisión de El Acebuche el 5 de marzo de 2009, tras la sentencia condenatoria del Juzgado de lo Penal 2 de Almería y de su ratificación por la Audiencia Provincial. “Se me vino el mundo encima, no podía creerlo pero estaba en la cárcel por no hacer nada. ¿Qué podía pensar cuando me condenaron?... Pues me resigné a ir allí donde me mandara Dios”, murmura, como si aún le ahogara el sufrimiento.
Sin embargo, pronto cambia de actitud y es capaz de bromear, con un especial sentido del humor que le ha ayudado a pasar tantos años entre rejas. “Pasé los cuatro años en la cárcel solo. Comer y dormir, es lo único que hacía, además de los trabajos de limpieza obligatoria y gratuita. ¿Qué podía hacer si no, coger una soga y…?”, dice señalando al techo del despacho de Elena García, la abogada que ha hecho posible que el Tribunal Supremo haya anulado la sentencia que le condenó, al estimar su recurso de revisión.
La revisión ha llegado después de que el Juzgado de lo Penal 2 de Almería, curiosamente el mismo que le mandó a él a prisión, condenara en 2017 a los miembros de la banda de extorsionadores que le denunció falsamente, tras una laboriosa investigación de la Guardia Civil que culminó en 2013 con cinco detenciones. Sus cabecillas reconocieron en el juicio las falsas denuncias respecto a Abdul, quien fue uno de los testigos del caso.
Después de ingresar en El Acebuche, fue trasladado a la prisión de Valladolid, y de ésta a la de Jaén. Abdul sigue sin entender cómo es posible que jamás se le concediera el tercer grado, y, en consecuencia, ni siquiera pudo disfrutar de un solo permiso de salida durante los cuatro años. “Me decían que no podía ser, que era extranjero, y así pasé todo el tiempo, solo, sin amigos ni enemigos y haciendo el menor ruido posible, intentando no calentarme mucho la cabeza, mientras en mi país morían mi hermano y mi madre, con la pena por lo que yo estaba pasando”, se lamenta.
Abdul Khaliq sigue mostrándose reacio a ofrecer muchos detalles de su tiempo en prisión. De hecho, afirma que no ha contado a sus hijos absolutamente nada.
Su abogada reclamará a la Administración una indemnización superior a los 175.000 euros por los perjuicios sufridos. No en vano, todo aquello le arruinó de un plumazo su proyecto de reagrupación familiar y le ha llevado a separarse casi definitivamente de su mujer, que en principio tenía previsto venir con él a Almería, pero que hoy sigue en Pakistán, junto a una hija. En la actualidad, Abdul vive en la capital almeriense con sus dos hijos varones, tiene tarjeta de residencia y sigue trabajando como vendedor ambulante, ya no solo de flores, sino también de otros productos, en mercadillos y ferias de toda la provincia.
“Mi trabajo da, más o menos, para ir tirando”, dice resignado, pero confiado en poder cobrar la indemnización antes de irse al otro mundo, como bromea.
“Cuando me paguen, buscaré una novia española”, declara alegremente, aunque no es broma, como repite en varias ocasiones, a pesar de que algunos conocidos le han ‘advertido’ de que si consigue este objetivo podría arriesgarse a perder el dinero. Pero asegura que a él no le sucederá tal cosa: “He vendido flores en un club de alterne muchos años y, por tanto, tengo gran experiencia con las mujeres”, proclama, con pícara sonrisa.
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