Nadie de sus descendientes barrunta por qué suerte de sortilegio, el intrépido Miguel García de las Bayonas Abad abandonó el fecundo campo de Lorca para trasladarse a Sorbas. Lo hizo a principios del siglo pasado, cuando una mañana, junto a su esposa María y a sus dos hijos, aparejó las caballerias y cargó el carro con algunos muebles y unos retratos de sus antepasados para rehacer su vida en la cortijada de El Mayordomo, un aislado anejo sorbeño. Allí, en ese aprisco rural, Miguel y María, se dedicaron a poner en marcha un molino hidráulico para la molienda de trigo, donde acudían los agricultores con el grano para su molturación, a cambio de cederle la maquila al molinero como pago en especie. Con ello y con los animales que criaba en los corrales, la familia García de las Bayonas iba subsistiendo en su nueva tierra de promisión.
Miguel, sin embargo, no se conformaba, quería hacer algo más grande, quería prosperar en ese municipio que, entonces, con 7.500 habitantes, casi triplicaba la población actual. Se enteró en la venta de Juan Tranquilo que en el barrio de Las Alfarerías habían puesto un caserón a la venta y decidió comprarlo para hacer lo que llevaba tiempo rondándole la cabeza: una fábrica de lanas, como las que había visto de niño en su Lorca natal. Era 1915 y Miguel adquirió la maquinaria en Inglaterra, de la firma Hougges Teston, que llegó en un vapor al puerto de Almería. A su lado montó también el molino con el que había bregado tanto en sus comienzos en el cortijo. Incorporó un motor de gasóil, hasta que en los años 30, una vez la compañía Valle de Lecrín instaló la luz en Sorbas lo cambió por un motor eléctrico. En la fábrica de lanas y en el molino trabajaban también su hijo Miguel y un muchacho de Cariatiz que entró de aprendiz, Manuel Mañas, que con el tiempo se casó con Isabel, la hija del dueño. La niña tenía un novio militar de cuando vivían en Lorca, quien venía a verla de contino a Sorbas. Pero uno de esos días que regresaba, tuvo un tropiezo grave con el caballo y falleció del porrazo. El padre fue envejeciendo y se fue poco a poco retirando del negocio, pero nunca se olvidó de ir varias veces al año a su tierra natal: cogía a sus nietas mayores a las que adoraba y se las llevaba al teatro de Lorca a ver las zarzuelas del maestro Chapí. La fábrica iba prosperando y se iba haciendo mercado en Cataluña, enviando las madejas a fábricas de tejidos de Tarrasa. Los García de las Bayonas y los Mañas hacían acopio de lana esquilada de oveja en Guadix o Pedro Martínez o la compraban directamente a pastores de Sorbas, Níjar o Lucainena.Primero se lavaba en una balsa de la Rambla de Góchar y se secaba antes de trasladarla a la fábrica. Allí se metía en las máquinas de cardado de los vellones y después se bateaba en una máquina llamada Diablo por el terrible ruido que producía. El género caía, como un milagro, tras su paso por el rodillo y el tambor, como una nevada de lana fina y esponjosa.
Los copos se recogían en el suelo y se mezclaban según el color que se pretendiera: blanco, gris o marrón. Era entonces, cuando los laneros sorbeños empezaban a hilar en el ingenio llamado sulfatina haciendo las bobinas de hilo para la industria, interviniendo las mujeres con las devanaderas. También producían para las familias del pueblo y era raro en esos crudos inviernos de sabañones el niño que no tuviera un jersey de la fábrica con esa lana que tanto picaba en la fina piel infantil.
Los pedidos aumentaban y trabajaban a turnos, día y noche, entre tragos a la botella de coñac para calentarse, siempre protegidos por unos blusones grises. Entraron a trabajar también como operarios Juan y Joaquín Mañas.
La Guerra interrumpió esa actividad frenética en la fábrica lanera instalada junto al barranco, una de las únicas que hubo en la provincia, junto a la de Emilio Rodríguez Esteban, en Serón. Tras la contienda, los cuñados Miguel y Manuel fueron detenidos, aduciendo sobre éste último que había sido presidente del Consejo Municipal en 1936. Pasaron varios años en la prisión de Hellín y al salir, Manuel emigró a la fábrica americana de la Ford, en Detroit, donde ahorró un dinero. A la vuelta reemprendió la actividad de la fábrica de lanas y del molino y también abrió un taller de talabartería donde hacía correajes para las bestias. Pero Miguel murió, Manuel enfermó de los bronquios, los nietos del fundador fueron emigrando a Alemania y a Brasil y un día de los años 60, los laneros de Sorbas cerraron su vieja fábrica para siempre.
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