La olvidada torre de los Perdigones

Fue fábrica de municiones cuando la manzana de San Sebastián era zona de huertas

Vista de Almería desde las azoteas de la calle Alcalde Muñoz.
Vista de Almería desde las azoteas de la calle Alcalde Muñoz. La Voz
Eduardo Pino
07:00 • 04 feb. 2019

La calle del Relámpago está formada por cinco callejones que desde la calle de Granada se van entrelazando hasta desembocar en la calle de Murcia. Cinco pequeños pasadizos, estrechos y escondidos, que por la forma que van tomando desde su origen hasta su desenlace componen la figura con la que solemos dibujar un rayo sobre un papel. Tal vez por esa apariencia la calle se llamó del Relámpago. Es un lugar que a pesar de formar parte del centro de la ciudad, de esa gran manzana que se extiende desde la iglesia de San Sebastián hacia las calles de Granada y Murcia, suele pasar desapercibido. Tanto que hay cientos de almerienses que transitan a diario por las dos esquinas de la calle y nunca se han internado en su peculiar laberinto.




Por dentro, la calle del Relámpago nos va llevando a una Almería ya en retirada, a esa ciudad de los años cincuenta que todavía se puede descubrir en algunos de sus viejos edificios, hoy abandonados. Allí se encuentran los restos de la trastienda de la vieja bodega 'La Oficina', auténtico templo de un tiempo donde sus taburetes y sus mesas eran patrimonio de los hombres que se reunían a diario en su salón a compartir sus sueños alrededor de una botella de vino de la tierra.




En el corazón de ese entramado de recodos que van componiendo la calle sobresale, como escapada de un cuento antiguo, una extraña torre cuadrangular que destaca como un anacronismo en medio de un corralón de casas y grandes edificios. La altura de los pisos que la rodean sólo permite ver la parte alta del torreón, que aún se levanta firme para mostrar las arrugas de los años. Es la torre de los Perdigones, una reliquia de otro siglo que en su tiempo sirvió de fábrica de municiones. Allí, en el horno que culminaba la estancia superior, se fundía el plomo  que después se iba cribando para conseguir los perdigones de distinto calibre. Su origen nos lleva a las primeras décadas del siglo diecinueve, cuando aquella zona de la ciudad se quedaba a extramuros y estaba rodeada de huertas.




 La torre debió de quedar abandonada en las últimas décadas del siglo, cuando Almería fue creciendo  y las ordenanzas prohibieron que se pudiera construir o mantener dentro del recinto de la ciudad este tipo de fundiciones. La vieja torre de los Perdigones se quedó sin actividad y fue cayendo en el olvido, rodeada de un manojo de casas que la fue ocultando. En septiembre de 1922, los vecinos de las viviendas colindantes, denunciaron el peligro que suponía el estado ruinoso en el que se encontraba la torre. “Abandonada, constituye un foco de infección y en el caso de un posible derrumbamiento, los escombros irían a caer sobre las casas”, decían los vecinos.




En esa época, los vecinos de la zona intentaron modernizar aquel entramado de callejones que rodeaban la torre, y solicitaron a las autoridades que se prolongara la calle del Relámpago para que pudiera tener una salida en línea recta a la calle de Murcia. La iniciativa fue aprobada en 1925 y un año después se echó marcha atrás por los costes que para las arcas municipales supondrían las obras y las expropiaciones para poder hacer realidad el nuevo trazado.




La calle siguió manteniendo su apariencia antigua, tal y como está en la actualidad, y la torre de los Perdigones fue resistiendo el paso del tiempo, arropada en su escondite, ajena a una ciudad que seguía creciendo sin ningún plan. La construcción de grandes edificios modernos a su alrededor, a comienzos de los años setenta, la aislaron un poco más hasta hacerla casi imperceptible.




Antiguos vecinos de la calle del Relámpago, como el periodista almeriense Diego García Morell, o el que fuera niño del Hogar del Canario José Terol Ruiz, que pasaron una parte de su infancia en la calle del Relámpago, recuerdan que en la posguerra la vieja torre era un lugar abandonado, al que sólo se podía acceder a través de la azoteas de las casas que la rodeaban. Cuando a finales de los años sesenta la moda de la televisión fue llegando a todos los hogares, los vecinos que habitaban el corralón de la torre aprovecharon la altura de la misma para colgar allí sus antenas y coger la señal con más claridad.




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