A un niño indefenso se lo traga la tierra cuando se dispone a recorrer un camino conocido, de apenas cien metros, en la tranquila aldea de su abuela. Las circunstancias que rodearon la desaparición del pequeño Gabriel Cruz, de ocho años, son lo suficientemente terribles como para despertar la empatía de un país. Sin embargo, su caso será recordado de manera especial. Conforme pasaron los días, la empatía se propagó como una ola -o “marea de la buena gente”, en palabras de su madre, Patricia Ramírez- y se tradujo en movilización social y auténtica conmoción una vez se supo el fatal desenlace.
Pero, ¿qué tiene de particular el caso de Gabriel respecto a otras desapariciones de menores para haber tocado así la fibra sensible de los españoles? La sensación de indefensión de un niño es uno de los factores, pero en este caso a eso se suma “la imagen de alegría y viveza que los medios de comunicación trasladaron de él”, apunta Esther Paredes, del Grupo de intervención psicológica en situación de crisis, catástrofes y emergencias del Colegio Oficial de Psicología de Andalucía Oriental que trabajó sobre el terreno desde el mismo 28 de febrero y hasta la aparición del cuerpo.
El psiquiatra José Miguel Gaona va un paso más allá y señala que ese sentimiento de dolor compartido tiene que ver con el modo en que Patricia Ramírez, a través de sus palabras, supo transmitir la personalidad de su hijo: cómo pensaba, qué música escuchaba, qué soñaba con ser de mayor. “Consiguió no solo que conociéramos a Gabriel, sino que lo quisiéramos, y ese es un sentimiento imbatible”, afirmaba en ‘La noche’ de Cope.
“Ver que los padres eran muy activos y la asertividad y entereza que demostraron fue otra circunstancia que caló en la gente”, añade el psicólogo Miguel Arranz.
El factor tiempo también resultó determinante a la hora de que la sociedad viviese tan de cerca lo que ocurrió aquellos doce interminables días que duró la búsqueda. Salvando las distancias, Esther Paredes encuentra similitudes “con la multitudinaria respuesta” ante el secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco -“según corrían las horas, la presión se hacía cada vez más fuerte”- y con la caída del pequeño Julen a un pozo en Totalán el pasado enero. “Cuando no es un hecho que se conoce desde el primer momento, sino que se va desarrollando en el tiempo -como el de Gabriel o el de Julen-, se genera una masa crítica emocional que en otros casos no se da”, reflexiona.
Un desenlace tan trágico como el de Gabriel, presuntamente asesinado por la pareja de su padre, impacta asimismo por su crueldad. “Aunque todos lo pensábamos, no queríamos creer que la asesina estaba en el círculo de la familia. Vivimos como propia una escena de angustia y siempre recordaremos qué estábamos haciendo cuando lo encontraron”, concluye Arranz.
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