¡Mujeres tenían que ser!

El feminismo ha llegado para quedarse y por mucho que quieran desacreditarlo, es imparable.

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 10 mar. 2019

Todo comenzó como un juego. Antonia S. Villanueva miró a un patio de butacas ocupadas por más de doscientas personas y, aprovechando la penumbra sutil que provocaba la iluminación del escenario, sugirió que cada uno pensara en una persona que hubiese marcado su vida. El silencio se apoderó del auditorio durante apenas tres segundos. “Estoy convencida -dijo la subdirectora de La Voz- de que muchos de ustedes han pensado en su madre”.


El viernes y para conmemorar el 8 de Marzo, La Voz y la fundación Cajasol volvieron a convocar un espacio de reflexión sobre el papel de la mujer en la sociedad. Seis mujeres, de orígenes y profesiones distintas, abordaron el que, quizá, sea el proceso de cambio más importante en la sociedad actual: el feminismo como elemento de modificación en las estructuras sociales, económicas y emocionales mantenidas hasta ahora.


La casualidad -¿o fue la causalidad de una realidad desoladora que algunos quieren ignorar?- provocó que a la misma hora en que Soledad Balaguer, magistrada del Juzgado de Violencia sobre la Mujer señalaba que las estadísticas demuestran que cada año mueren en España cincuenta mujeres asesinadas por sus parejas, uno de esos asesinos estuviese siendo juzgado por matar a la mujer con la que había mantenido una relación en Huércal de Almería asestándole diecinueve puñaladas, una crueldad extrema consumada con una puñalada final en la vagina cuando ya su corazón había dejado de latir. Cincuenta mujeres asesinadas cada año por hombres frente a cuatro hombres asesinados por sus parejas y todavía hay gente de orden que niega o pone en duda la existencia de una violencia de género. Casi mil mujeres asesinadas en los últimos diez años y hay quien pretende ignorar el componente machista que existe en todas y cada una de esas muertes camuflándolo en el concepto menos explícito y más diluido de violencia doméstica.



Como hay tipos bienintencionados que tampoco creen -y así lo señaló Josefa Masegosa, Investigadora científica del CSIC-, que una mujer necesite tener más del doble de curriculum que un hombre para acceder al mismo puesto de trabajo, avalando esta opinión con una investigación realizada por la Universidad de Yale en EE.UU. en la que se demostró que un mismo curriculum firmado por un hombre y una mujer era cinco veces más valorado salarialmente en el primer caso que en el segundo.

Y una segunda oportunidad es lo que Dolores Carmona, directora de producción de Vicasol, encontró cuando, después de comenzar a trabajar con 16 años en un almacén agrícola como envasadora, superó el obstáculo del permiso que uno de sus jefes en otra empresa tuvo la ocurrencia de pedirle a su marido - “ella es libre, puede hacer lo que quiera”, fue la respuesta del padre de sus tres hijos- para que pasara de envasadora a jefa de almacén. Aquella chiquilla es hoy una mujer que dirige los grupos de trabajo que coordinan a más de dos mil personas en la cúspide la campaña agrícola.



Pero no fue una ocurrencia, fue la voluntad resuelta de María del Carmen Galera la que le hizo romper el techo de cristal “y a veces de hormigón” para, después de hacer las labores de chica y chico en el campo, de cuidar a su padre y más tarde a su madre, enfermos, de estudiar y de abandonar su Vélez Rubio del alma sin más equipaje que su preparación académica y su vocación, llegar a la dirección general de Tecnova después de haber sido la única mujer que llegó a ser gerente de uno de los cincuenta grupos de desarrollo rural creados hace años en Andalucía. No es difícil imaginar aquellas reuniones de coordinación en Sevilla. Cuarenta y nieve hombres y una mujer; podría ser el título de una película, pero era el espejo de una realidad que entonces podría visualizarse como normal pero que hoy abochornaría.

Como abochorna pensar que fue en 1910 cuando ´oficialmente´ las mujeres `pudieron matricularse en las universidades españolas. Como señaló Magdalena Cantero, presidenta del Consejo Social de la UAL, las pocas -poquísimas- que lo intentaron antes debían vestirse como chicos, estaban obligadas a sentarse separadas del resto de los alumnos, y en el trayecto que había entre las puertas de la facultad y el aula eran acompañadas por un conserje, tanto a la entrada como a la salida.



Es verdad que esa imagen, tan cercana en el tiempo, parece venir de la prehistoria, pero, aunque el avance ha sido mucho, todavía queda mucho camino por recorrer, como recordó María del Mar Pageo, presidenta de Cruz Roja en Almeria y Andalucía cuando puso como ejemplo que, en su misma organización, son más los hombres en cargos directivos, muchos más, que las mujeres. Y que el futuro puede no ser tan alentador como creemos si, como dijo también Cantero, la sociedad tecnológica que estamos construyendo se les escapa a las mujeres porque “los ángeles no tienen sexo, pero los algoritmos son masculinos”.  


Escuchaba yo a estas mujeres que han roto el techo de cristal (y a veces de hormigón, como, con tino, matizó Carmen Galera) y no pude ni quise evitar pensar en los miles de mujeres, en los millones de mujeres que todavía ven obstaculizadas sus aspiraciones, tan justas, tan irrenunciables, a la igualdad. Lo pensaba por ellas. Pero también lo pensaba por los hombres. Hemos sido y somos tan torpes (o quizá mejor, tan estúpidos) que nos cuesta trabajo asumir que no hay nada más irresponsable que haber marginado y continuar marginando el talento de más del cincuenta por ciento de las personas que despiertan cada mañana en cualquier parte del mundo.


El feminismo -que es la lucha por la igualdad- ha llegado para quedarse y por mucho que quieran manipularlo con exageraciones hembristas o desacreditarlo desde posiciones machistas, su triunfo es imparable. Porque nadie detiene una ola; porque nadie va a impedir que mujeres y hombres tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades para ejercerlos. Porque los techos, de cristal o de hormigón, se acaban rompiendo cuando hay voluntad de destruirlos.


En esta hora tardía del viernes en que escribo regreso al juego intencionado de Antonia S. Villanueva y recuerdo a mi madre y a todas las madres que no pudieron romper el techo que les confinaba a ser solo amas de casa, y pienso, también, en mi hija Carmen que, desde hace dos horas, recorre las calles de Almería reivindicando las anchas alamedas de la igualdad. Y me siento orgulloso de ella y de los doce mil mujeres y hombres que en este viernes de reivindicación han salido a la calle porque, como cantaba Pablo Milanés, La vida no vale nada cuando otros están matando y yo sigo aquí escribiendo cual si no pasara nada.


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