La Vespa fue el primer vehículo con motor que se integró de lleno en las casas como si fuera uno más de la familia, antes de que muchos almerienses pudieran aspirar a comprarse un coche.
La querida Vespa fue hija de los primeros ahorros, de aquellas cartillas del Montepío y de aquellas huchas caseras de la clase media donde anidaban los sueños de tantas familias. La Vespa representaba el sacrificio diario, el progreso lento pero seguro de tanta gente que un día se permitió el lujo de aparcar para siempre la bicicleta de posguerra y subirse a la ola de la modernidad. La Vespa, el frigorífico, la radio nueva, la televisión, la lavadora y por último el coche, formaban parte de esa montaña de sueños alcanzables a la que todo vecino de clase media aspiraba.
La Vespa no llegó como un lujo a las casas, sino como una necesidad. La mayoría de los que se compraban la moto lo hacían por motivos de trabajo. La Vespa era el vehículo del padre durante la semana, intocable y lejano, y los domingos se transformaba en una moto familiar que los niños adoraban como si fuera una mascota.
Cuántas parejas utilizaban la Vespa para perderse por las solitarias carreteras de la provincia en aquellos domingos eternos de los años cincuenta. Con la Vespa se hacían viajes y se programaban las excursiones familiares al campo y a la playa sin que nadie se quedara en tierra. Era tan amplia, tan versátil, que muchos propietarios las adaptaban con un asiento más para que toda la familia pudiera disfrutar del vehículo. Había familias que creían que la Vespa era un trasatlántico y no dudaban en embarcarse con todo el equipaje playero: sombrilla, nevera, cesta de la comida, juguetes infantiles, la mujer, los niños y el padre conduciendo. Había Vespas tan pobladas que parecían casas completas atravesando las calles sobre dos ruedas.
La Vespa se usaba también para salir a comer fuera o para dar una inocente vuelta dominical por el puerto. En esos escarceos la Vespa se impregnaba de la solemnidad de los domingos, con el chasis reluciente y los pasajeros exhibiendo sus mejores ropas, como si fueran a misa. La Vespa se limpiaba los días de fiesta y se le sacaba brillo, de la misma forma que a los niños nos lavaban a fondo los domingos para que estuviéramos aseados para toda la semana.
La primera Vespa era una señal inequívoca de que esa familia iba progresando en el escalafón social. En mi casa, la primera señal de progreso, el síntoma de que la tienda iba bien, fue cuando mi padre dejó aparcado el carro de tres ruedas con el que iba a la alhóndiga todas las mañanas y se compró una Vespa de primera mano. Como la quería para trabajar, con maderas y cuerdas le puso detrás un portaequipajes y además le añadió un remolque.
La Vespa fue un revolución en Almería. Significaba la modernidad, transitar por la ciudad como esos actores de moda que las películas italianas se habían encargado de inmortalizar. Tener una Vespa se convirtió en un signo de distinción. La moda caló tan hondo que en la Feria de 1954 la popular tómbola de La Caridad tiró la casa por la ventana para rifar una Vespa. “Ha despertado extraordinario interés el sorteo de la motocicleta y son muchísimos los pedidos de boletos que se reciben desde todos los puntos de nuestra provincia”, decía una noticia que aparecía en la prensa de aquellos días.
Desde que en 1954 la Vespa se instaló en Almería, su popularidad fue creciendo año a año hasta convertirse en el vehículo de moda durante más de una década. En sus comienzos, la Vespa fue la moto de muchos médicos y practicantes, que encontraron en la cómoda y potente motocicleta el mejor transporte para moverse con rapidez por las calles de la ciudad. En un par de años, la Vespa llegó a ser la moto de la clase media, a la que aspiraban las familias modestas a la hora de invertir sus primeros ahorros.
A finales de los años cincuenta su uso se había generalizado y la gente hacía la vida en Vespa. La imagen del hombre conduciendo y la mujer subida de lado en el asiento trasero con un pañuelo sobre la cabeza es un clásico de nuestras carreteras. El éxito de la Vespa fue rotundo y en parte se debió a las excelentes campañas publicitarias que la marca llevó a cabo y también a la ayuda que tuvo en el cine. Muchas películas de la época se encargaron de extender la popularidad de esta nueva moto que aparecía como un símbolo de la modernidad y que acabó imponiendo su ley durante varias décadas.
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