El día que la muerte tuvo un precio en Torrecárdenas

Pedro Manuel de La Cruz
14:00 • 07 abr. 2019

La vida (y la muerte) es cruel y la política despiadada. Después de unas semanas con el viento a favor, un manotazo herido, un golpe helado, un hachazo invisible (como se duelen los versos, siempre bellísimos, de Miguel Hernández) ha cambiado el rumbo de la travesía en calma por la que navegaba la política sanitaria del nuevo gobierno andaluz. La muerte de una mujer en la espera injustificada e injustificable durante más de dos horas en las urgencias de Torrecárdenas ha vuelto a revelar la necesidad que tenemos los almerienses de rebelarse contra la acumulación de carencias asistenciales a las que, como una sentencia, llevamos condenados desde hace mil años y un día.



Dolores murió en la soledad abandonada de un pasillo aglomerado de gente mientras esperaba la asistencia que nunca llegó. Quiso el destino que ese mismo día de su adiós en la soledad sonora del olvido (¿hay algo que provoque más ruido en la conciencia que la ausencia de auxilio?), los almerienses conociéramos el fallo judicial por el que Emergencias debía indemnizar a la familia de Antonio, un vecino de Sierro al que la muerte le llegó después de esperar cuatro horas una ambulancia tras haber sufrido un ataque cardiaco. A veces el azar es trágico.



Pero no es el lamento, o solo el lamento, lo que debe acompañar a la tragedia. Lo que debe acompañarle, también, es la reflexión y es, desde esa exigencia ética, desde la que deben abordarse las soluciones que impidan la repetición de situaciones tan dramáticamente irremediables.



Las muerte s de Antonio hace seis años y de Dolores hace seis días (y la de otros que habrá habido entre aquel pasado y este presente provocados por, tal vez, escasez de medios) lo que pone en evidencia es la carencia de recursos humanos y técnicos que, como una enfermedad crónica y, a veces, letal, padecen los ciudadanos y quienes les cuidan. 



La investigación y los forenses han dictaminado y dictaminarán las causas que provocaron tan lamentables desenlaces; doctores tiene la Medicina y el Derecho para hacerlo. Lo que nadie puede negar es que si en el Almanzora hubiese habido más ambulancias y en Torrecárdenas más médicos quizá Antonio y Dolores no hubiesen fallecido. Es un ´quizá´ lleno de incertidumbre y duda, pero entre la vida y la muerte hay que llegar hasta el último rincón para que en el campo donde se libra la batalla final la última no llegue con ventaja sobre la primera.



Solo desde la parcialidad del sectarismo puede negarse que la provincia de Almería ha vivido en las últimas décadas un salto espectacular en la calidad y cantidad de sus servicios sanitarios. Pero esta verdad - incontestable sobre el mapa sanitario existente-, también puede ser contestada por otra realidad, la demográfica, que pone en evidencia cómo la mejora en el nivel de las prestaciones no ha ido acompasada con el aumento de la población. Los recursos sanitarios han llegado en menor cuantía que el volumen de demandantes. 



Si las ratios asistenciales eran escandalosas hace unas décadas, su mejora siempre ha ido por detrás de las necesidades reales. Cuando se parte de una precariedad extrema es muy difícil llegar a ese compás irrenunciable. Difícil, pero no quimérico.



La sanidad y la educación son los dos pilares sobre los que se construyen las sociedades avanzadas. En esta base de bóveda descansan todos los demás factores que contribuyen a consolidar un país moderno y descuidar su respaldo presupuestario por insensibilidad, impericia o torpeza es un pecado capital que condena al infierno del abandono a cualquier gobierno que lo cometa. La vida y la muerte nunca debían tener precio en la matemática de los recortes presupuestarios.


En Almería, antes y ahora, contamos con excelentes profesionales sanitarios, pero no es menos cierto que, antes y ahora también, vivimos bajo la amenaza por carencia de los medios humanos y técnicos que una provincia con setecientos mil habitantes exige.


Y en esta exigencia debían coincidir quienes nos gobiernan y quienes nos gobernaron. Insinuar de forma sutil o explicita, como hizo el PP que la muerte de Antonio en Sierro o el PSOE con la de Dolores en Torrecárdenas, a los gobiernos de entonces o de ahora es un ejercicio de demagogia insensato. Primero porque es falso; después porque el argumento cae sobre ti cuando cambia la posición en el escenario político.


No jueguen con la salud ni con sus profesionales. Abandonen tanta temeridad por ética social. Pero, sobre todo, por la memoria de Antonio y Dolores y para que las situaciones que provocaron su desamparado (y, ¡ay! quizá remediable) adiós a la vida no vuelva a repetirse.



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