Se llama Alexander, es alemán y ha votado. Al menos eso asegura él. Habla con dificultad, demorándose, pero entiende bien el español. “¿Que a quién he votado?”, y suelta una carcajada limpia, con la espalda pegada a la fachada del Mercadona de Cortijo Grande.
Alexander, de edad indeterminada, asegura que nació en una ciudad del sur de Alemania llamada Rosenheim, con un lago enfrente. Allí se empleó de jardinero, segando el césped de sus vecinos ricos, ejecutivos de una cercana fábrica de medicamentos, arreglándoles los rosales y los macizos de petunias y pensamientos. Hasta que pensó que había llegado el momento de salir a conocer mundo. Y llegó a Granada persiguiendo un amor frustrado y para olvidarlo se orilló en la carretera con un cartón en la mano, con el nombre de Almería garabateado con rotulador.
Así llegó a esta ciudad hace diez años, “mas o menos” dice moviendo lateralmente la palma de la mano derecha. Con la izquierda -parece zurdo- sostiene un tetrabrik de horchata que le acaba de regalar una clienta, ‘una jefa’, de la cadena de Juan Roig. Uno lo mira a la cara, a los ojos azules, a la nariz desollada por este sol almeriense, más africano que europeo, y piensa que este hombre, este Alexander, no ha votado, que se está quedando con uno.
Explica el teutón, este nuevo hombre de la manta -con cierto parecido a Thomas, aquel mendigo mítico almeriense de los 80 al que le atribuían el oficio de cirujano y que reside ahora en Huércal-Overa- que vive en la Vega, en una casa vieja, con un colchón y una mesa de cocina como único ajuar.
A quién habrá votado este menesteroso: ¿a Ramón o a Adriana, a Amalia o a Cazorla? ¿o habrá votado en blanco como gesto de rebeldía? ¿Será un pobre de derechas o de izquierdas?
Aunque duerme en la Vega, él se considera vecino de Cortijo Grande. No es un vecino modélico, ni lo van a nombrar hijo adoptivo, pero no se mete con nadie. Deja pasar las horas recogiendo monedas en un cacharro junto al supermercado, con su bicicleta granate al lado; a veces se le puede ver también en la Placeta del Jauja, hablando con un móvil rústico. Es un pobre digital, un pobre del siglo XXI, con manta y con rastas en el pelo, educado, como aquel otro Robinson analógico almeriense de finales del siglo XX. Hace buenas migas con los gorriones, como buen jardinero, cuando se sienta en el banco de cemento de la plaza a ver la vida pasar, hasta que de pronto se levanta, como con prisa, agarra el manillar y unas bolsas y se marcha sin decir adiós. A quién habrá votado Alexander.
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