Decididamente dimitir no es un verbo contemplado en el diccionario de los políticos. Que nadie lo ponga en práctica en la primera persona del singular -yo dimito- tiene la lógica del egoísmo; que nadie lo demande desde la segunda – tú dimites- desvela el miedo a que, quien lo pide, mañana pueda también ser requerido a hacer lo mismo. Renunciar es un verbo prohibido para quien transita en el territorio pantanoso de la política. Solo así puede entenderse que, veinte dias después del 26 M, la dimisión de María Jesús Amate como coordinadora provincial de IU y el abandono anunciado de la política de José Cara, candidato del PP en La Mojonera, hayan sido las únicas excepciones que confirman la vigencia de una regla que deteriora, en algunos casos hasta el bochorno, el noble ejercicio de la política.
Como en toda guerra electoral, los resultados de las municipales han dejado un parte médico extenso, pero los camilleros han recogido del campo de batalla algunos heridos de imposible recuperación. Miguel Cazorla en Almeria, Antonio Jesús Rodríguez en Níjar, Martín Gerez en Vera o Rogelio Mena en Albox componen un póker de candidatos cuyas cartas han dejado de ser válidas para la próxima partida por mucho que, quien las maneja, no quiera verlo.
La evidencia de que el candidato de Ciudadanos no solo no sumó en la capital, sino que restó un concejal a los tres de 2015; la derrota sin matices y por segunda vez del alcaldable del PP en el municipio nijareño al pasar de diez concejales a seis; el indisimulado fracaso de los socialistas en Vera logrando solo 5 de las diecisiete concejalías o el desastre de los socialistas de Albox pasando de 9 a 2 concejales después de cuatro años de bochorno, compra venta y tribunales, es tan esclarecedor que resulta difícil encontrar explicación a por qué quienes han sufrido derrotas tan significativas (cada uno con sus matices, pero fracasos al cabo) no asumen que el recorrido de otros cuatro años en la oposición podría acabar siendo emocionalmente muy difícil para ellos.
Quizá el porqué de este por qué pueda encontrarse en que algunos crean tener asegurada la curación de sus heridas en puestos asignados por sus partidos y remunerados por instituciones públicas (alguno de la partida ya ha enviado emisarios para estar en Diputación después de haber llevado a su partido a los peores resultados desde el 79).
Si así fuera y dentro de unas semanas asistimos a su completa recuperación económica mediante nómina oficial, quienes lo decidan habrán construido un peldaño más en el camino hacia el descrédito de la política y de quienes a ella se dedican.
Pero más allá de estos y otros fracasos tan sonoros, tan evidentes, tan exigentes de autocrítica y decisiones en quienes los han protagonizado (los candidatos) o los han alentado (sus partidos), el 26 de mayo ha desvelado, también, cómo hay candidatos que han visto respaldadas sus aspiraciones con el apoyo a su gestión en el gobierno o a su labor fiscalizadora en la oposición sumando más votos de los que obtuvieron hace cuatro años. No estoy pensando en alcaldes como los de Almócita, Alsodux, Benizalón, Senés Castro de Filabres o Terque, donde su victoria ha sido tan abrumadora que han logrado todos los concejales. Todos. Ni tampoco en los alcaldes, alcaldesas o candidatos de Arboleas, Cantoria, Enix, María, Ohanes, Vera, Albox, Bedar, Turrillas, Las Tres Villas, Vícar o Tabernas, entre otros, donde la ventaja sobre el segundo partido mas votado ha sido espectacular. Hay que valorar a todos la excelencia de su trabajo, pero, a la par, también hay que hacerlo con los que han conseguido el respaldo y el reconocimiento de sus vecinos en cualquier municipio de la geografía provincial. Los alcaldes y concejales, desde el gobierno o desde la oposición han sido, son y serán la brigada de élite que ha transformado la provincia. El cambio vivido, desde Adra a Vélez Blanco, desde Pulpí a Bayárcal, no hubiera sido posible sin el trabajo constante (siempre) y con apenas remuneración (casi siempre) de estos hombres y mujeres que, aunque no están en el estado mayor de la política, sí lo han estado y lo están en la primera línea para mejorar el estado de bienestar de sus vecinos, que esa-y no otra- es la principal obligación de un político, de cualquier político.
Andar tantos caminos y recorrer tantas veredas propicia el conocimiento de muchos políticos buenos en el sentido machadiano de la palabra. Tipos que no han tenido ni tienen más ambición que la de mejorar la vida de los demás, gentes que no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta para atender a quien les reclama, concejales que en su pueblos danzan y juegan con sus vecinos y, como sus vecinos, laboran sus cuatro palmos de tierra, alcaldesas y alcaldes que nunca, si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan y que cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja.
Como en el bellísimo poema de Machado al que pertenecen las líneas de antes y las que siguen, también en esos cien mares y en esas cien riberas se han apostado pedantones al paño y, lo que es aún peor, tipos que han hecho de la política su profesión llegando al paroxismo, no de desconocer que hay vida después de la política, sino de olvidar que hay vida antes de la política. Y a estas dos circunstancias no son ajenos ni quienes ganan ni quienes pierden. Porque hay que saber perder, pero también hay que saber ganar. Y ahora ha llegado el momento de demostrarlo.
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