Los primeros veraneantes de El Zapillo

“A El Zapillo se llegaba a través de un camino de tierra que pretendía ser carretera”

La playa de El Zapillo en la zona conocida como Villa Pepita en los años 30.
La playa de El Zapillo en la zona conocida como Villa Pepita en los años 30.
Eduardo de Vicente
21:19 • 13 dic. 2019

El Zapillo quedaba lejos de la ciudad. Se llegaba a través de un camino de tierra que pretendía ser carretera, que con dificultad se iba abriendo paso entre el mar y la vega.



En el verano de 1928, el empresario Miguel Naveros, propietario del Balneario de San Miguel, se quejaba por el estado de abandono en que se encontraba el olvidado barrio de la playa y la zona del Zapillo. Fue en los años treinta cuando la franja de costa, conocida como Villagarcía, empezó a ponerse de moda con la llegada de comerciantes y profesionales liberales que invirtieron en la construcción de chales y viviendas que le dieron un aire de modernidad a aquellos parajes rodeados de mar y de Vega. La presencia de familias de la alta sociedad, con sus casas en primera línea de playa, pusieron en valor el barrio, que se llenó de una vitalidad creciente que en los meses de verano se traducía en grandes eventos deportivos y en fiestas llenas de glamour.  Don Antonio Bernabéu, uno de los empresarios que conquistaron la zona, fundó la Colonia de la ‘Costa del Sol’, que fue muy célebre en los primeros años treinta porque en las noches de Feria se organizaban espléndidas verbenas a las que acudían las muchachas de mejor posición social de la ciudad para bailar y participar en el concurso en el que se elegía a la ‘Mis Costa del Sol’. 



De los chales de la playa, destacaba el de ‘Villa Pepita’, del comerciante don Deogracias Pérez Pérez, propietario de la famosa relojería ‘La Francesa’, que él mismo fundó en la esquina donde hoy se alza la joyería Regente. 



Don Deogracias, que había llegado a Almería en 1910 procedente de Azuqueca de Henares, tenía como una de sus grandes aspiraciones poder vivir en una gran casa frente al mar, un sueño que le encargó al arquitecto Guillermo Langle, y que dedicó a su mujer, Josefa Plaza Ortega.



La vivienda estaba muy cerca del chalé de José Fornieles Ulibarri, el ingeniero de caminos que dirigió el proyecto de construcción del puente sobre la Rambla, que fue clave para acercar las playas de la zona de Levante a la ciudad. 



Por allí aparecieron también los chales de Francisco Romero, de Pedro Plaza, de Ramón Abad Montiel, de Juan José Sicilia, de Enrique Terriza, de José Perals y el de la familia Cano, entre otros. 



En 1935, Villagarcía formaba ya una pequeña ciudad con cerca de trescientos vecinos que se repartían en las viviendas de primera línea de playa, destinadas a las familias más pudientes, y las casas que ocupaban las calles interiores, mucho más humildes. 



El relojero de la playa, don Deogracias Pérez, contaba que desde una de aquellas terrazas de Villagarcía vio como el crucero Canarias bombardeaba los depósitos de combustible de la Campsa, situados en el Puerto, en la mañana del 8 de noviembre de 1936. Estaba en compañía de su amigo Manuel Orozco, y en la terraza de enfrente se encontraban el ingeniero de caminos José Fornieles, junto a José Perals, ingeniero director de la Junta de Obras del Puerto, y el hijo de éste, el joven Emilio Napoleón Perals, que no dudó en bajar a la casa, coger una cámara de fotos e inmortalizar aquel momento dramático en que una gigantesca columna de humo negro inundaba el horizonte.


Ellos nos dejaron el testimonio de aquel triste día. Contaban que el olor a gasolina quemada hizo el aire irrespirable, que aquella nube de humo negro llenó de noche la mañana, borrando la ciudad del horizonte, y que la gente sintió tanto miedo que salía gritando de las casas buscando los escondrijos de la Vega y sus cortijos, que en los días de guerra fue el refugio más cercano de los vecinos que habitaban la zona de la playa.


El esplendor que vivió el barrio playero en los años treinta permitió que las colonias de viviendas veraniegas se fueran extendiendo hacia el río. Familias acomodadas de la sociedad almeriense de la época invirtieron en una zona que aún estaba por urbanizar, buscando la tranquilidad del lugar y la calidad de vida que significaba estar al lado de la playa. Al final del camino, acurrucada frente a la playa, aparecía la colonia de Villa Antonia, un grupo de casas que formaban una pequeña aldea con vida propia durante los meses de verano. Cuentan que la primera que se instaló en aquel lugar fue la señora Antonia Sánchez García, que construyó las primeras viviendas sobre un solar de antiguas chozas de pescadores.


Allí se refugiaban del calor algunas familias importantes como los Alonso, los Sánchez de la Higuera, los Cuenca Casas, los González Criado, los Jiménez Moreno, que eran muy conocidos porque una de sus hijas, Caridad, estaba considerada como una de las muchachas más elegantes de la ciudad.


En el mes de agosto la colonia aumentaba con algunas familias que llegaban de la provincia de Granada para darse los baños de mar. Su presencia era motivo de fiesta y los vecinos de la colonia se unían para irse a comer corderos al río o para organizar verbenas a la luz de la luna.


Unos días antes de la Feria de Almería, Villa Antonia celebraba la suya con un baile nocturno al que acudían jóvenes de toda Almería.


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