Después de varios años viviendo peligrosamente en el abismo que despeña a los infiernos de la Segunda B, la compra del Almería por Turki Al-Sheikh -tan inesperada (nadie supo nada hasta el último minuto), como apresurada (todo se hizo en apenas 48 horas)-, ha provocado en la afición un clima de euforia cercana a la primera puerta del paraíso.
En apenas dos meses, el Almería ha pasado del desasosiego permanente que padece quien está condenado a soñar solo con la permanencia a la esperanzada posibilidad de regresar a la gloria de Primera. Como, en casi todo, el dinero- más de treinta millones de euros invertidos desde agosto en compra y fichajes- ha obrado el milagro. Lo que nadie ha alcanzado todavía a encontrar son las respuestas a los interrogantes que han provocado ese milagro.
¿Por qué un ministro de Arabia Saudí se fija en el Almería? ¿Qué le mueve a decidir que sea un equipo deprimido el objeto de su deseo? ¿No había otros clubs con mejor y mayor afición más atractivos? ¿Quién pone al equipo en el escaparate para atraer su atención? Son algunas de las preguntas sin respuesta que resulta inevitable plantear si se mira más allá del primer círculo virtuoso en el que, desde la llegada del capital saudí, está situado el equipo y sus entornos.
Nadie, o para ser mas precisos, solo los nostálgicos de aquel tiempo de olor a linimento y campos marcados con cal sobre tierra recién mojada, puede resistirse a aceptar que el fútbol es hoy un espectáculo trufado de intereses en el que la emoción y la economía transitan por el mismo camino. La distancia entre la búsqueda de un gol y la satisfacción de encontrarlo es directamente proporcional al dinero que se ha pagado por el jugador que tiene que recorrerla. Es verdad que esta regla no siempre se cumple y es, en ese incumplimiento, donde se encuentra la clave de bóveda que mantiene la arquitectura emocional que ha convertido el fútbol en la religión con más seguidores en el mundo.
El Papa anunciando la vida eterna puede convocar en la misa del domingo a tres millones de feligreses delante de la televisión; Messi o Ronaldo amenazando la portería cada fin de semana reúnen a cientos de millones de aficionados esperando la felicidad efímera pero inabarcable de gritar ¡¡¡gooool!!!
Y es, en esa eternidad efímera del gol que acerca a la victoria, en la que hay que encontrar el clima de euforia por el que atraviesa en la actualidad la afición almeriense. Han sufrido tanto y durante tantos años que los triunfos de las últimas semanas no nos han llevado al liderazgo, nos han liberado de un desaliento permanente y, ya, casi insoportable.
Decía Di Stefano que en fútbol nada es inocente, solo la pelota; y, a veces, ni ella. Por eso habrá que preverse para cuando comiencen a venir mal dadas. El azar o los intereses cruzados de clubs, árbitros y medios de comunicación (para quien lo dude ahí están las comparaciones radiofónicas nocturnas con la experiencia malagueña) traerán resultados que oscurecerán la luminosidad confortable en la que llevamos instalados desde que comenzó la liga. Será entonces cuando habrá que aprestarse a que la ilusión de ahora no se diluya con la misma rapidez con la que se ha construido. Y, para alcanzar ese objetivo, nada sería más deseable que los nuevos rectores del club alcancen a comprender más temprano que tarde que comprar un equipo no es lo mismo que construir un club.
Turki Al-Sheikh y quienes están dirigiendo con, hasta ahora, incuestionable acierto los intereses inmediatos del Almería deben encaminar todos sus esfuerzos a construir un entramado deportivo y social sustentado en la consolidación del equipo, el fortalecimiento de la afición y la generación de un sentimiento de identificación entre el equipo y los almerienses.
Trabajar sobre esos tres pilares no va a ser fácil. La pertenencia del equipo a capital extranjero, la existencia de una afición tan herida por el sufrimiento y la inexistencia de puentes vertebradores con ese entramado social es una meta que exigirá inteligencia en la gestión de los recursos y pedagogía social.
El camino andado alienta el optimismo. El equipo construido, los resultados alcanzados, el respaldo abrumador de la afición, la anunciada remodelación del estadio o la construcción de una gran ciudad deportiva son circunstancias que alientan a la esperanza. Pero nadie debe olvidar que el fútbol es un territorio tribal en el que la distancia entre el infierno y el paraíso sigue estando en que la pelota entre o no en la portería. Por eso lo amamos tanto. Porque el fútbol encierra cada fin de semana la magia contradictoria de ser una alegría que duele.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/179170/el-almeria-de-turki-al-sheikh-del-infierno-al-paraiso
Temas relacionados
-
Medios de comunicación
-
Arquitectura
-
Construcción
-
Televisión
-
Fútbol
-
Turki Al-Sheikh
-
Religión
-
Pedro Manuel de la Cruz
-
Carta del Director